Ney Blanco de Oliveira en la Corte del Rey.
HÉCTOR: ¿Qué paso en esa final? ¿Qué dijo en la cancha?
NEY: Aparentemente nada, pues ni siquiera hubo campeón en ese torneo de Morumbí.
Nosotros somos de los que insistimos que lo mejor del fútbol es lo que ocurre sobre la cancha: el accionar de los jugadores, el comportamiento del árbitro y hasta el mismo bote de la pelota. Eso es lo que tiene más valor por ese conjunto de dimensiones que se encuentran en la cancha; reglas y circunstancias, teniendo al hombre como su principal personaje.
Lo que ocurra en la cancha fue, es y seguirá siendo lo más fantástico del fútbol.
Ademar Barcelos |
HÉCTOR: ¿Cómo habló “Pelé” en la cancha?
NEY: Te explico: vamos pisando la cancha, Héctor, pero no sin antes decirte que un partido común entre Sao Paulo y Santos siempre fue y lo sigue siendo, un motivo suficiente para llenar por atractivo propio un estadio.
Pero esa noche algo más se podía respirar en el ambiente del estadio “Pacaembú”: la expectativa de ver a un duende de carne y hueso, que había sido despertada a la víspera por la prensa especializada de Río de Janeiro y que dejó al fútbol paulista de cabeza desde aquel partido del combinado Santos-Vasco da Gama contra el Dinamo de Zagreb.
Pero decíamos que por sí mismo un partido Santos-Sao Paulo puede llenar un estadio; esa noche, estando el juego programado para iniciar a las 20:30 horas, nos dimos cuenta (ya que nos concentrábamos en el mismo estadio “Pacaembú”) que desde las 16:00 el lleno era total.
Nos saludamos “Pelé” y yo antes del juego. Estábamos en el mes de junio. El futuro monarca tenía escasos 15 años y 8 meses. Su cumpleaños es el 24 de octubre. Continuaba chiquito y delgadito; no tenía desarrollado aún su gran poder físico que fue una de sus grandes armas.
Lo que sí era notorio es que, aunque saludaba con respeto, su mirada era firme y confiada.
Abrimos el marcador a los 10 minutos de juego. Maurinho prendió uno de sus cabezazos y estrelló el balón en el travesaño, quedando a escasos centímetros de la línea de gol. Bastaba un soplido para que la pelota entrara… y yo soplé. Anoté el gol que ponía en ventaja al Sao Paulo.
El combinado Santos-Vasco da Gama, ahora con la camiseta tradicional del equipo santista, nos envolvió futbolísticamente en todos los espacios de la cancha. Consiguieron el empate en el segundo tiempo, cuando faltaban unos 20 minutos para terminar aquel infierno que estábamos viviendo. “Pelé” hizo el gol en una jugada artística, de alta técnica. Ese gol no sólo enmarcó su gran actuación, sino que convenció a todos: aficionados, compañeros, contrarios y principalmente a la prensa paulista. Habían dicho previamente: “Ver para creer”. Ahora creían… ya habían visto en tan pocos minutos lo suficiente.
Realmente se trataba de algo fuera de serie.
Era una delicia ver a aquel niño enseñando su osadía, su atrevimiento y un descaro casi nunca visto frente a jugadores tan importantes como mi hermano Mauro Ramos, Víctor Ratautas o Dino Sani.
Chiquito y flaquito, es verdad, pero siempre bien equilibrado, con los dos perfiles, aunque diestro por naturaleza.
Víctor Ratautas era considerado uno de los mejores marcadores y mi hermano Mauro Ramos, con dos mundiales a sus espaldas, era el “líbero” que no tan fácilmente podía ser superado. Pues bien, “Pelé” no sólo enloqueció al Sao Paulo –que nunca lo encontró en el partido–, sino que en lo individual sacó de órbita a Mauro y a Víctor, a tal punto que Mauro, como capitán del equipo, pidió el cambio de su compañero de línea, cosa que fue aceptada por el entrenador Bela Guttman, dando lugar al debut de Ademar Barcelos (aquel zaguero que jugó luego con el Oro). Esa actitud de Mauro provocó un malestar con Víctor y con Bela Guttman que después contaré.
(Mañana: La fantasía del fútbol la daban “Pelé” y el Santos; pero los campeones fuimos nosotros).
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