Etiquetas

martes, 21 de diciembre de 2021

La Tía Mague

Mis recuerdos de una mujer alegre y apasionada



Junto con mi padre y los tíos, una asidua asistente a las gradas tanto del parque San Isidro, como del estadio Moctezuma, era la tía Mague. Margarita Wong Martínez, su nombre. Esposa de mi tío Juanito, hermano de mi padre. Tras la comida dominical en casa de los abuelos, era normal que nos fuéramos juntos a los partidos mi padre, mis tíos, mi madre –en las ocasiones en que asistía– y yo.

Tras la partida de Laguna, en las ocasiones que visitábamos a los tíos, ellos estaban pendientes del partido transmitido en la televisión. Me gustaba sentarme a ver el futbol a su lado: la tía Mague, apasionada, gritaba o mentaba madres en función del desempeño del equipo favorito en el partido en cuestión; el tío Juanito, contrapunteando para engallar a la tía. Frente a su casa vivía mi abuela paterna, en casa de la tía Nena. Cuando acompañaba a mi padre a ver a su mamá, si me daba cuenta que había movimiento en casa de la tía Mague, me cruzaba a saludar. Contaba ella muy buenos chistes, aunque, para poder comenzar el intercambio de chascarrillos, debía estar presente mi prima Maguita, su hija. La utilidad de su presencia radicaba en que, la tía comenzaba a contar un chiste, mismo que no podía terminar porque le ganaba la risa. Ahí es donde entraba mi prima al quite, para terminar la historia. Asimismo, cuando yo traía un chiste digno de contarles, me aseguraba de que estuvieran ambas. Así, cuando la tía lo contara posteriormente a otras personas, pudiera de la misma manera terminarlo mi prima.

Un domingo del año 1991, en la tribuna de sombra norte del estadio Corona, encontré lugar en la parte intermedia, esto es, entre el pasillo de la parte baja y el pasillo superior, que solamente existía en la parte occidental del estadio, cerca de donde algunas gradas remataban en el muro, a la altura del banderín de corner cercano. Unos cuantos minutos de comenzar el partido ante Necaxa, observé a una persona que hizo que, inevitablemente, lo volteara a ver. Se ubicaba seis o siete gradas delante de donde me senté, aunque más cargado hacia el centro de la cancha. Mi reacción fue de sorpresa: “¿Qué hace aquí mi papá?”, me pregunté. Lo veía entre la espalda y de perfil, y veía el cuerpo, peinado, cruzado de brazos de mi papá. Además vestía una camisa que mi papá vestía muy seguido. Era una camisa tipo chazarilla, color gris con delgadas franjas de colores. Tenía mi padre varios años con esa camisa, misma que gustaba vestir en tiempo de calor. Al verlo, me asaltaba la duda. “Me vine al estadio y mi papá estaba en la casa viendo la tele. No recuerdo que trajera esa camisa puesta… ¿quién chingados se lo habrá traido? Porque no dijo nada acerca de venir al estadio… si no es, pues qué casualidad tan grande”.

Salí de mi duda en los primeros minutos del encuentro. Estadio lleno. Santos Laguna, colero general en aquel torneo, requería el triunfo para acercarse al resto de los equipos de la parte baja, para mantener esperanzas de permanencia en el máximo circuito. La afición metida en el partido. Ramón Ramírez envió pase a profundidad para el hondureño Eugenio Dolmo, quien imprimió velocidad para recibir el balón junto a la línea de banda que teníamos cercana, dejando atrás a su marcador, lo que hizo a la tribuna emocionarse… hasta que el juez de línea levantó su bandera marcando fuera del lugar del extremo santista. Lo anterior causó que la concurrencia se pusiera de pie, a la vez que profería chiflidos y una serie de recuerdos maternales hacia el cuerpo arbitral. Unos segundos después, tras desfogar el enojo, todos volvimos a sentarnos… a excepción de una persona: una señora que continuaba gritando y dedicándole un sabroso corte de manga al nazareno, lo que transformó la indignación en risa, en quienes se encontraban cercanos a aquella señora a quien, viéndola de pie, reconocí al instante… ¡era la tía Mague!

En ese momento se despejó la incógnita al recordar que, en semanas anteriores, mi padre había renovado su guardarropa y había regalado aquella chazarilla, que se conservaba en muy buen estado, a mi tío Juanito.

El resto del partido se fue en sufrir con las emociones del encuentro, que finalmente fue ganado por Santos Laguna, por la mínima diferencia, y cotorreármela en cada ocasión que, al ver el campo de juego, me quedaba en medio la imagen de la tía Mague gritando y gesticulando, mientras el tío Juanito esbozaba una sonrisa.

En una ocasión, al llegar mi prima a visitarla, escuchó sonido de narración de un partido de futbol, así como los gritos de la tía Mague. Extrañada, preguntó: 

–¿Pues qué traes, mamá?

–Pues estos pendejos, ya ni la chingan. Ya van perdiendo otra vez, y haciendo las mismas idioteces que en el partido pasado…

Mi prima se asomó para ver el televisor, para reconvenir a la tía:

–Aaande, mamá. ¡Estás viendo la repetición del juego de ayer!

–Aaaah…. ¡Pos con razón! Ya se me hacía raro que la estuvieran cajeteando igual… y yo igual de enojada.

Más adelante, sin tapujos la tía contaba su anécdota, seguida de una sonora carcajada.

Ayer, la tía Mague partió de este mundo. Vaya este pequeño homenaje a una aficionada muy divertida y apasionada. 


martes, 20 de julio de 2021

Recuerdos del Parque Superior


Poco tiempo antes de finalizar la época del futbol recuerdo que mi padre comenzó a llevarme a presenciar los partidos de beisbol. El equipo local eran los tradicionales “Algodoneros” del Unión Laguna y tenían como sede el parque Superior: un estadio procedente de la ciudad de Houston. Me explico: cuando a principios de la década de los setentas regresó el beisbol de la Liga Mexicana a la Comarca Lagunera, la sede del Unión Laguna era el estadio Laguna, llamado también estadio rosa Laguna, ya que ése era el color de su fachada. El inmueble, ahora llamado estadio Gómez Palacio, tenía –y sigue teniendo– un aforo muy limitado. Por lo anterior, el dueño del equipo, don Juan Abusaíd, aprovechó una buena ganga y se trajo a la Comarca un parque que había sido de Grandes Ligas. Resulta que el equipo de la gran carpa que tenía como sede la ciudad de Houston, llamado los Colt .45´s –la traducción no sería Los Potros, sino Los Revólveres–, construyeron un estadio temporal mientras finalizaba la edificación del Astrodome, que sería su casa durante muchos años. El parque en cuestión fue bautizado como Colt Stadium, construido a base de estructuras metálicas, a las que se unieron las gradas, también metálicas, por medio de tornillos y tuercas. En el año 1965, al terminar la construcción del Astrodome, que en ese entonces fue calificado como la Octava Maravilla del mundo, los Colt .45´s se mudaron hacia el nuevo recinto y cambiaron su nombre a Astros, mientras que el Colt Stadium quedó abandonado al fondo del estacionamiento del moderno domo, hasta que, en 1974, don Juan Abusaíd decidió comprar aquella estructura y trasladarla a la ciudad de Torreón para, ahí, habilitarla como una bonita y funcional casa para sus Algodoneros.

Historia del Colt Stadium en Houston – Parte 1
Historia del Colt Stadium en Houston – Parte 2

El estadio fue instalado en un terreno aledaño al estadio Moctezuma, que también era propiedad del Sr. Abusaíd. Hubo años en los que coincidían partidos de futbol y beisbol, por lo que la afición podía disfrutar del partido de futbol, que era vespertino, y saliendo, tras caminar unos cuantos pasos de un extremo al otro del estacionamiento, al beisbol, que era nocturno.

El Colt Stadium en Houston. Al fondo, el Astrodome en construcción

El parque Superior era muy bonito: tenía una grama completamente verde, bien cuidada; los graderíos se ubicaban cercanos a las líneas de foul, tanto por el lado de la primera, como de la tercera base, llegando hasta donde se ubicaba la barda que limita los jardines. El parque original también contaba con gradas detrás de los jardines, pero en Torreón no fueron éstas instaladas. En la parte alta del graderío detrás de home, tenía unos palcos; muy sencillos éstos, eran unas pequeñas casetas o balcones; los asientos para los palcohabientes eran sillas de tijera. La comodidad era tener entrada independiente y una mayor amplitud de espacio; además la vista del campo desde ellos era muy buena. Mi padre me llevaba a la sección –no recuerdo su nombre oficial– ubicada al centro del parque. Ahí tenía su butaca, ya que era abonado. Su lugar no era detrás de home, sino detrás del dogout del equipo local, que se ubicaba por el lado de la tercera base; desde ahí podía ver cada partido con una buena perspectiva. En algunas ocasiones, a un amigo de mi papá le prestaban un palco. Cuando eso sucedía, nos invitaba a mi padre y a mí a ocupar aquel balcón. Es por eso que tuve la oportunidad de conocer aquella sección.

Complejo en el que se ubica el Astrodome, a inicios de la década de los 70s del siglo anterior. En el círculo, el Colt Stadium

Recuerdo que ahí conocí el clásico grito de don José Soto Miranda, cervecero conocido por todo mundo como Marín, quien gritaba:

—JÓÓÓÓÓVENEEEES. ¿NO VAN A “PISTIAAAAR”?

También trabajaba en aquel parque doña Celia Adame Soto, la famosísima Güera Semillera, también toda una tradición en los eventos deportivos. La voz del sonido local era la de don Félix Cifuentes, siempre modulada y entonada, quien anunciaba de esta manera:

—Superior informa: al bat, Héctor Espino, bateador designado.

—Superior informa: en turno al bat, Rafael Batista, primera base.

—Superior informa: abriéndose la tercera entrada, lanzando por el equipo de los Algodoneros del Unión Laguna, Antonio Pollorena.

La gente respondía con aplausos o gritos de apoyo para el bateador o lanzador del equipo local porque sabía quién era quién, sin necesidad de recurrir a la exagerada estridencia del marketing para villamelones tan en boga en estos últimos años.

Roster de los Algodoneros de Unión Laguna en la temporada 1977 de la Liga Mexicana de Beisbol, en el Parque Superior. Atrás se observa el techo del estadio Moctezuma, después estadio Corona (Foto publicada en Facebook por Sergio Rea Ramírez)

Se tenían bonitas tradiciones beisboleras, como la música sólo en el cambio de posición, cuando el equipo al que correspondía ir a la defensiva realizaba los lanzamientos previos; además el chiflido que se daba cuando el equipo visitante relevaba a su lanzador antes de que se sacaran los tres outs; llegaba el nuevo serpentinero y, cuando éste realizaba los disparos de calentamiento al plato la gente chiflaba mientras la pelota viajaba: chiflido corto y cada vez más agudo cuando la de ciento ocho costuras viajaba de la loma a la goma, chiflido largo y con volumen en descenso constante cuando el receptor regresaba la canica al pitcher. Esta tradición parece haber desaparecido del beisbol de Liga Mexicana; en La Laguna, en caso de existir, debe encontrarse refugiada en los parques ubicados en los ejidos. Desconozco si se mantenga en las plazas del sureste del país y de la costa del Pacífico.

Romel Canada y Curtis Brown vistiendo el uniforme de Unión Laguna (Foto publicada en Facebook por Sergio Rea Ramírez)

Aquellas épocas fueron las de los uniformes coloridos de los conjuntos visitantes: se abandonó durante algunos años el tradicional gris para dar paso a uniformes llenos de color. Recuerdo haber visto a muchísimos equipos visitar aquel Mecano como los Indios de Ciudad Juárez, Dorados de Chihuahua, Alacranes de Durango, Mineros de Coahuila, Saraperos de Saltillo, Sultanes de Monterrey, Acereros de Monclova, Broncos de Reynosa, Tecolotes de Nuevo Laredo, Rieleros de Aguascalientes, Cachorros de León, Diablos Rojos del México, Tigres Capitalinos, Cafeteros de Córdoba, Ángeles de Puebla, Truchas de Toluca, Petroleros de Poza Rica, Rojos del Águila de Veracruz, Azules de Coatzacoalcos, Plataneros de Tabasco, Piratas de Campeche y Leones de Yucatán.

Vista aérea del estadio Corona en el año 2003. Al lado, el terreno en el que se ubicó el parque Superior, en el que aún se aprecia el trazo de las gradas y el terreno de juego (Obtenida mediante Google Earth)

Vi vestir la casaca de Unión Laguna a peloteros como Dave Christiansen, Eleazar Beltrán, Rafael “Gallo” Batista, Blas Santana, Romel Canada, Pancho Maytorena, Juan Deliza, Víctor Manuel y Fernando Félix, Antonio Pollorena y Bobby Rodríguez, entre otros. Mención aparte merece el más grande de todos: el Superman de Chihuahua, Héctor Espino, quien tuvo un paso efímero con la franela azafranada, pero que dejó honda huella por su manera de chocar la pelota. Derrochaba clase. Los managers de la novena que recuerdo son Jesús «Chanquilón» Díaz y Felipe «Burro» Hernández.

Barda y gradas del parque Superior. Imagen tomada desde la Av. Ávila Camacho (Imagen publicada en Facebook por Sergio Rea Ramírez)
Toma actual del complejo en el que se encuentran el Astrodome y el NRG Park. La elipse con contorno en rojo indica el predio en el que se ubicó el Colt Stadium, después Parque Superior (Imagen tomada de Google Earth)

La temporada del año 1981, uno después de la huelga de los peloteros, fue la última en la que el parque Superior estuvo en Torreón. Durante esa última campaña, don Juan Abusaíd cambió el nombre del equipo de Algodoneros a Diablos Blancos. Al final de la temporada se acordó el traslado de la franquicia con todo y estadio a la ciudad de Tampico. Para el año 1982, los Algodoneros, después Diablos Blancos del Unión Laguna, se transformaron en Astros de Tampico. El parque Superior fue instalado a las afueras de aquella ciudad con el nombre de «Estadio ángel Castro». La ubicación del parque fuera de la mancha urbana tampiqueña dio como resultado que la asistencia a los partidos allá celebrados fue inferior a la esperada. A los pocos años, la franquicia se fue del puerto tamaulipeco y el estadio se quedó solo, triste, en estado de completo abandono y oxidación. Un oriundo de aquella ciudad me comentó hace unos años que las vigas, postes y “los doscientos mil tornillos” que mencionaba don Alonso Gómez Uranga en sus narraciones, se encuentran en una bodega cuya propiedad es desconocida para el grueso de la gente. Ahí reposa eternamente –si es que sus componentes no han sido vendidos o utilizados en otros menesteres– el parque de beisbol más bello que ha tenido la Comarca Lagunera.