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viernes, 25 de abril de 2014

”Torear es ponerse en el sitio donde queman los pies”: José Tomás

Presentación de "Diálogo con Navegante" en México.

José Tomás presentando - "Diálogo con Navegante"
El matador José Tomás presentó el día de ayer, jueves 24 de abril de 2014   exactamente cuatro años después de aquella cornada sufrida en Aguascalientes  , su libro "Diálogo con Navegante" en su edición mexicana. Editado por Grupo Milenio, cuenta con un prólogo escrito por el periodista Carlos Loret de Mola.

El libro referido, que ya ha sido reseñado en este espacio, es un compendio de ensayos que giran en torno a la cornada sufrida en aquella tarde durante la Feria de San Marcos; uno de ellos habla acerca de la filantropía y la solidaridad como uno de los valores que sustentan la Fiesta Brava. Congruente con lo anterior, José Tomás pronunció el siguiente discurso durante el acto efectuado en la misma ciudad de Aguascalientes.


Torear es ponerse en el sitio donde queman los pies.

José Tomás de novillero
El día después de mi presentación como novillero en la Plaza de San Marcos, me levanté temprano, no había podido dormir muy bien. Baje al café del Hotel Francia, me senté en un mesa y pedí un café . Agarré un periódico y en la portada había una foto de un natural mío bajo el título: “Cautiva por su quietud, valor y elegancia el Ibero José Tomás”.
Mientras leía, escuché una voz que me saludaba, era Don Andrés García, viejo aficionado que acudía con asiduidad a las clásicas tertulias de aquel café.
- ¿Cómo te encuentras? -me preguntó.
Yo dije que bien, envuelto por todas las emociones vividas en la tarde de ayer: - Le tengo que confesar que ha sido el día que me han puesto en evidencia que esto es a lo que voy a dedicar mi vida: ¡Quiero ser torero!
Él me preguntó que si estaba seguro. 

- ¡Completamente! - conteste.


- Bien, entonces te diré varias cosas  que no debes olvidar. Siempre que te pongas el traje de luces y te ates los machos, hazlo con la intención de ponerte en el sitio donde queman los pies.

- ¿Cómo? -le dije yo.
- Mi chamaco, un día tras otro el toro te exigirá la entrega necesaria para meterte en ese sitio y poder entenderlo. El torero tiene que bucear en sus embestidas para sacar a flote todas las cualidades, sabiendo que el riesgo es condición inseparable del acuerdo con el arte. Se siempre fiel a tus sentimientos a tus principios, a tus principios en el ruedo y fuera de él.
Surgirán momentos de grandes dudas, no decaigas cuando sientas que no eres capaz de entrar ese lugar, sigue adelante, ten en cuenta, que tienes que moverte en la dirección opuesta a la que manda tu instinto. 

       
Enseña y convence a tu cuerpo que ese sitio puede llegar a ser el más placentero del mundo, incluso podrás llegar a sentirte fuera del tiempo allí dentro.

No busques el aplauso ni el olé, eso te llevaría a salirte de tu forma de ser e interpretar el toreo; haz lo que te nazca en cada momento, con naturalidad, sin poses.
Torear de verdad es lo que trasciende a la emoción de la gente que se sienta en el tendido, lo que hace que acudan a la plaza de toros.
A ese magnífico animal que ha significado tanto para el ser humano a lo largo de la historia, respétalo siempre, por encima de todo; sois impredecibles el uno para el otro, sin uno el otro no existiría.
Trátalo como mimo, te lo agradecerá, la violencia que genera su raza brava parecerá desaparecer por momentos, envuelto y guiado por las telas, logrando transformar la embestida enemiga, en suavidad y cadencia aliada.
Por último, no te dejes llevar por los poderes que manejen el mundo del toro (en muchas ocasiones no han sido lo mejor para el buen devenir de la fiesta brava). Lucha por tu libertad y por los valores que representan lo que sucede entre el toro y el torero.
Aquella tarde del 24 de abril de 2010, don Andrés García ya no se encontraba en el tendido de la Monumental, pero cuando iba camino de la enfermería sentí que estaba a mi lado susurrándome al oído: "¡Tranquilo!, esto es de toreros. Tú sabes desde hace mucho tiempo, que esto puede pasar y así lo tienes asumido Estás en muy buenas manos y espero que la Virgen de Guadalupe te proteja".

Después vino el despertar y las ‘Conversaciones con Navegante’, que sirvieron de punto de partida para la creación de este libro que hoy se presenta en México.
El libro que nos habla de diferentes reflexiones con gran profundidad de lo que sucede entre el toro y el hombre, entre el hombre y la vida.
Quiero agradecer una vez más a todos los autores en nombre de la Fundación, su desinteresada colaboración, a Carlos Loret de Mola, por haber hecho el prólogo de esta edición y a Pancho González, por haberlo puesto en marcha en México.
Es un honor presentar este libro aquí en Aguascalientes, lugar en el que siento estar en casa y en México, donde me hice torero.

Información vía Milenio.com

jueves, 24 de abril de 2014

Defendiendo la Fiesta Brava - Historia de la tauromaquia.

Breve historia del toreo.

Pinturas rupestres, Chauvet, Francia
La tauromaquia (del griego taurus: toro y machomai: luchar) tiene su origen en la edad de bronce. La ancestral fascinación por la figura del toro – el encanto que produce su potencia vital y engendradora, su constitución vigorosa, la punta hiriente de sus cuernos y la eficacia inquietante de su embestida – encuentra una de sus expresiones contemporáneas en la llamada “fiesta brava”[i]

Los primeros vestigios de la relación entre el hombre y el toro bravo se encuentran en las cuevas francesas. De ellas, la de Chauvet, con aproximadamente 32mil años de antigüedad, contiene evidencias –pinturas rupestres – de esta relación entre el ser humano y las reses bravas, que habitaban en toda la zona del mar mediterráneo. También se tienen evidencias de lidias de toros bravos en la isla de Creta, en la que se realizaban demostraciones de agilidad con la mediación de un toro salvaje, este ejercicio se conoció como “taurocatapsia”.

Taurocatapsia
La mitología griega también evoca al toro como una figura encarnadora de bravura – tan es así que el dios Zeus encarna en forma de toro en Creta –, así como a la lucha ante el astado como un acto de valor – dos de las hazañas de Hércules fueron tauromáquicas: una, ante el ya mencionado Toro de Creta y la otra, cuando en tierras ibéricas, se apodera de la vacada de Gerión, el mugidor –.

En la edad media, el lanceo – o alanceo – de toros era una práctica tanto de cacería como de entrenamiento militar que realizaban los nobles como Carlomagno, Alfonso X “el sabio”, así como algunos califas de la región sur de España. Este ejercicio consistía en que el jinete, armado con su lanza y montado sobre su caballo, retaba al toro a acometer contra él para posteriormente, evitar ser derribado de su cabalgadura y darle muerte. El noble era auxiliado por sus peones, quienes utilizaban sus capas como elementos de distracción para apartar al toro en caso de que éste lograra golpear al caballo. Cuando los peones realizaban una brega que complacía a sus señores, éstos los premiaban regalándoles la res para su aprovechamiento. De ahí viene la costumbre de premiar con trofeos a las faenas excepcionales; aunque en la actualidad ya no se otorga el animal entero sino solamente los apéndices: orejas y rabo – los reglamentos taurinos ya no permiten la mutilación mayor del toro, por lo que ya no es posible que se otorguen las patas del toro como trofeo –.

El Cid Campeador alanceando - Goya. Museo del Prado
Los toros eran alanceados o corridos ya sea en el campo, como práctica militar; o bien, en las plazas de las ciudades, dentro de las fiestas patronales como exhibición. Cuando esto sucedía, se cerraba la Plaza Mayor de la ciudad; la acción se desarrollaba en la explanada y los espectadores observaban desde los balcones de los edificios circundantes.

El toreo a pie surge cuando se realiza el cambio de casa gobernante en España: tras el fin de la dinastía de los Austrias, los borbones tenían otras aficiones. El Rey Felipe V de Borbón (1700-1746) consideraba la Fiesta como un espectáculo bárbaro… entonces, la nobleza – históricamente lambiscona – decide abandonar las plazas y el toreo a caballo. Entonces el pueblo, la plebe, los de a pie,  aprovechó la oportunidad, saltó a la arena, se apoderó de la fiesta y creó el toreo tal como hoy lo conocemos.

Plaza de Toros de Sevilla
De esta manera, durante las primeras décadas del Siglo XVIII, principalmente en Sevilla, los varilargueros, los conocedores y mayorales de las ganaderías, sucedieron a los señores; pero a partir de esta fecha el matador de a pie se impone indiscutible en el favor del público. La Fiesta, de esta manera, se convirtió en el espectáculo preferido del pueblo español. Tan es así que, cuando la monarquía requirió del favor del pueblo, debió acercar la Fiesta a las celebraciones palaciegas. Durante la coronación de Carlos III en 1759, como en la boda del Príncipe de Asturias en 1765, se llevaron a cabo corridas de toros. De esta manera, la nobleza se reconcilia con la Fiesta y le da un nuevo impulso: durante el reinado de Carlos III se construyen las primeras plazas de toros: si bien, la de Béjar (Salamanca) es considerada la más antigua; también en esa época se construyen dos de las plazas monumentales: las de las Reales Maestranzas de Caballería de Sevilla (1761) y de Ronda (1784).

Plaza de Toros Rodolfo Gaona, Cañadas de Obregón, Jal.
En México se tienen documentadas corridas de toros desde el Siglo XVI: la primera corrida de toros celebrada en México – y en el continente americano – se celebró el 24 de junio de 1526. Poco después de la conquista del territorio azteca, se establece la la primera ganadería de bravo en el territorio del México actual. Siendo ésta la de Atenco, fundada en el año de 1522.

Si bien en Perú presumen que la Plaza de Toros de Acho, en Lima, es la más antigua de América, construida en el año de 1766, se puede decir orgullosamente que, la plaza de toros más antigua del mundo se encuentra en suelo mexicano. Ésta es la plaza ahora llamada “Rodolfo Gaona”, situada en la ciudad de Cañadas de Obregón, Jalisco; que data del año 1680.





[i] Radetich, Natalia. “Defensa de la fiesta – Diálogos con Navegante”.  Fundación José Tomás. Barcelona, 2013.

sábado, 12 de abril de 2014

La historia de un "referí" cualquiera, por Osvaldo Soriano

El “Referí” Gallardo Pérez, por Osvaldo Soriano

Hagamos una breve remembranza de los acontecimientos de violencia en las tribunas que se han suscitado en estos últimos años: los destrozos de unos vándalos queretanos en el “Diez de Diciembre”; las broncas callejeras a las afueras de Ciudad Universitaria en cada ocasión en que la U.N.A.M. y América se encuentran; los escandalitos - con herido grave incluido – después de cada clásico regiomontano; los inadaptados seguidores de América que, en un partido ante Sao Caetano por la Copa Libertadores llegaron a aventar a la cancha una carretilla; y el más reciente, el vergonzoso espectáculo de los seguidores de Guadalajara en el clásico tapatío, quienes estuvieron a punto de linchar a varios elementos de la policía, son algunos ejemplos enunciativos, mas no los únicos. Anteriormente se habían dado algunos como aquel que sucedió en la temporada 1987-88, cuando alguien en el estadio Marte R. Gómez de Cd. Victoria aventó un envase de vidrio a la cancha; el árbitro Bonifacio Núñez lo recogió, se lo guardó en la bolsa posterior de su pantaloncillo y caminó para entregarlo al Inspector Autoridad; cuando se dirigía a hacerlo, un sujeto se le acercó, le sacó el envase de la bolsa y, con ese mismo envase de vidrio, lo golpeó en la cabeza; afortunadamente, lo cabezadura del buen Boni le evitó que este penoso accidente le causara lesiones qué lamentar. También fue penoso el incidente de invasión de cancha en aquella ocasión en la que Zacatepec descendió por última ocasión, con bronca generalizada en el “Coruco Díaz”.

A propósito de lo anterior, recordé un cuento del gran escritor argentino Osvaldo Soriano (1943-1997) en el que nos relata un ejemplo de hinchadas orgullosas y salvajes. Desafortunadamente, no está – en algunos casos – nada lejos de la realidad.

Gallardo Pérez, referí1

Osvaldo Soriano

Osvaldo Soriano
Cuando yo jugaba al fútbol, hace más de veinte años, en la Patagonia, el referí era el verdadero protagonista del partido. Si el equipo local ganaba, le regalaban una damajuana2 de vino de Río Negro; si perdía, lo metían preso. Claro que lo más frecuente era lo de la damajuana, porque ni el referí, ni los jugadores visitantes tenían vocación de suicidas.

Había, en aquel tiempo, un club invencible en su cancha: Barda del Medio. El pueblo no tenía más de trescientos o cuatrocientos habitantes. Estaba enclavado en las dunas, con una calle central de cien metros y, más allá, los ranchos de adobe, como en el far-west. A orillas del río Limay estaba la cancha, rodeada por un alambre tejido y una tribuna de madera para cincuenta personas. Eran las "preferenciales", las de los comerciantes, los funcionarios y los curas. Los otros veían el partido subidos a los techos de los Ford A o a las cajas de los camiones de la empresa que estaba construyendo la represa.

Todos nosotros estábamos bajo el influjo del maravilloso estilo del Brasil campeón del mundo, pero nadie lo había visto jugar nunca: la televisión todavía no había llegado a esas provincias y todo lo conocíamos por la radio, por esas voces lejanas y vibrantes que narraban los partidos. Y también por los diarios, que llegaban con cuatro días de atraso, pero traían la foto de Pelé, el dibujo de cómo se hacía un cuatro-dos-cuatro y la noticia de la catástrofe argentina en Suecia.

Yo jugaba en Confluencia, un club de Cipolletti, pueblo fundado a principios de siglo por un ingeniero italiano que tenía un monumento en la avenida principal. Todavía las calles no habían sido pavimentadas y para ir al fútbol los domingos de lluvia había que conseguir camiones con ruedas pantaneras. Confluencia nunca había llegado más arriba del sexto puesto, pero a veces le ganábamos al campeón. Muy de vez en cuando, pero le dábamos un susto.

Ese día teníamos que jugar en la cancha de Barda del Medio y nunca nadie había ganado allí. Los equipos "grandes" descontaban de sus expectativas los dos puntos3 del partido que les tocaba jugar en ese lugar infernal. Los muchachos de Barda del Medio, parientes de indios y chilenos clandestinos, eran tan malos como nosotros suponíamos que eran los holandeses o los suecos. Eso sí, pegaban como si estuvieran en la guerra. Para ellos, que perdían siempre por goleada como visitantes, era impensable perder en su propia casa.

El año anterior les habíamos ganado en nuestra cancha cuatro a cero y perdimos en la de ellos por dos a cero con un penal y piadoso gol en contra de Gómez, nuestro marcador lateral derecho. Es que nadie se animaba a jugarles de igual a igual porque circulaban leyendas terribles sobre la suerte de los pocos que se habían animado a hacerles un gol en su reducto. 
Entonces, todos los equipos que iban a jugar a Barda del Medio aprovechaban para dar licencias a sus mejores jugadores y probar a algún pibe que apuntaba bien en las divisiones inferiores. Total, el partido estaba perdido de antemano. El referí llegaba temprano, almorzaba gratis y luego expulsaba al mejor de los visitantes y cobraba un penal antes de que pasara la primera hora y la tribuna empezara a ponerse nerviosa. Después iba a buscar la damajuana de vino y en una de ésas, si la cosa había terminado en goleada, se quedaba para el baile.

Ese día inolvidable, nosotros salimos temprano y llevamos un equipo que nos había costado mucho armar porque nadie quería ir a arriesgar las piernas por nada. Yo era muy joven y recién debutaba en primera y quería ganarme el puesto de centro delantero con olfato para el gol. Los otros eran muchachos resignados que iban para quedarse en el baile y buscar una aventura con las pibas de Las Chacras.

Después del masaje con aceite verde, cuando ya estábamos vestidos con las desteñidas camisetas celestes, el referí Gallardo Pérez, hombre severo y de pésima vista, vino al vestuario a confirmar que todo estuviera en orden y a decirnos que no intentáramos hacernos los vivos con el equipo local. Le faltaban dos dientes y hablaba a tropezones, confundiendo lo que decía con lo quería decir.

Le dijimos - y éramos sinceros - que todo estaba bien y que tratara, a cambio, de que no nos arruinaran las piernas. Gallardo Pérez prometió que se lo diría al capitán de ellos, Sergio Giovanelli, un veterano zaguero central que tenía mal carácter y pateaba como un burro.

Ni bien saludamos al público que nos abucheaba, el defensa Giovanelli se me acercó y me dijo: "Guarda, pibe, no te hagas el piola porque te cuelgo de un árbol". Miré detrás de los arcos y allí estaban, pelados por el viento, los siniestros sauces donde alguna vez habían dejado colgado a algún referí idealista. Le dije que no se preocupara y lo traté de "señor". Giovanelli, que tenía un párpado caído surcado por una cicatriz, hizo un gesto de aprobación y fue a hacerles la misma advertencia a los otros delanteros.

La primera media hora de juego fue más o menos tranquila. Empezaron a dominarnos pero tiraban desde lejos y nuestro arquero, el Cacho Osorio, no podía dejarla pasar porque habría sido demasiado escandaloso y nos habrían linchado igual, pero por cobardes. Después dieron un tiro en un poste y el Flaco Ramallo sacó varias pelotas al córner para que ellos vinieran a hacer su gol de cabeza.

Pero ese día, por desgracia, estaban sin puntería y sin suerte. Todos hicimos lo posible para meter la pelota en nuestro arco, pero no había caso. Si el Cacho Osorio la dejaba picando en el área, ellos la tiraban afuera. Si nuestros defensores se caían, ellos la tiraban a las nubes o a las manos del arquero.

Al fin, harto de esperar y cada vez más nervioso, Gallardo Pérez expulsó a dos de los nuestros y les dio dos penales. El primero salió por encima del travesaño. El segundo dio en un poste. Ese día, como dijo en voz alta el propio referí, no le hacían un gol ni al arco iris. El problema parecía insoluble y la tribuna estaba caldeada. Nos insultaban y hasta decían que jugábamos sucio. Al promediar el segundo tiempo empezaron a tirar cascotes4.

El escándalo se precipitó a cinco o seis minutos del final. El Flaco Ramallo, cansado de que lo trataran de maricón, rechazó una pelota muy alta y yo piqué detrás de Giovanelli, que retrocedía arrastrando los talones. Saltamos juntos y en el afán de darme un codazo pifió la pelota y se cayó. La tribuna se quedó en silencio, un vacío que me calaba los huesos mientras me llevaba la pelota para el arco de ellos, solo como un fraile español.

El arquerito de Barda del Medio no entendía nada. No sólo no podían hacer un gol sino que, además, se le venía encima un tipo que se perfilaba para la izquierda, como abriendo un ángulo de tiro. Entonces salió a taparme a la desesperada, consciente de que si no me paraba no habría noche de baile para él y tal vez hasta tendría que hacerme compañía en el árbol de fama siniestra. Él hizo lo que pudo y yo lo que no debía. Era alto, narigón, de pelo duro, y tenía una camiseta amarilla que la madre le había lavado la noche anterior. Me amagó con la cintura, abrió los brazos y se infló como un erizo para taparme mejor el arco. Entonces vi, con la insensatez de la adolescencia, que tenía las piernas arqueadas como bananas y me olvidé de Giovanelli y de Gallardo Pérez y vislumbré la gloria.

Le amagué una gambeta y toqué la pelota de zurda, cortita y suave, con el empeine del botín, como para que pasara por ese paréntesis que se le abría abajo de las rodillas. El narigón se ilusionó con el driblin y se tiró de cabeza, aparatoso, seguro de haber salvado el honor y el baile de Barda del Medio. Pero la pelota le pasó entre los tobillos como una gota de agua que se escurre entre los dedos.

Antes de ir a recibirla a su espalda le vi la cara de espanto, sentí lo que debe ser el silencio helado de los patíbulos. Después, como quien desafía al mundo, le pegué fuerte, de punta, y fui a festejar. Corrí más de cincuenta metros con los brazos en alto y ninguno de mis compañeros vino a felicitarme. Nadie se me acercó mientras me dejaba caer de rodillas, mirando al cielo, como hacía Pelé en las fotos de El Gráfico.

No sé si el referí Gallardo Pérez alcanzó a convalidar el gol porque era tanta la gente que invadía la cancha y empezaba a pegarnos, que todo se volvió de pronto muy confuso. A mí me dieron en la cabeza con la valija del masajista, que era de madera, y cuando se abrió todos los frascos se desparramaron por el suelo y la gente los levantaba para machucarnos la cabeza.

Los cinco o seis policías del destacamento de Barda del Medio llegaron como a la media hora, cuando ya teníamos los huesos molidos y Gallardo Pérez estaba en calzoncillos envuelto en la red que habían arrancado de uno de los arcos.

Nos llevaron a la comisaría. A nosotros y al referí Gallardo Pérez. El comisario, un morocho aindiado, de pelo engominado y cara colorada, nos hizo un discurso sobre el orden público y el espíritu deportivo. Nos trató de boludos irresponsables y ordenó que nos llevaran a cortar los yuyos5 del campo vecino.

Mientras anochecía tuvimos que arrancar el pasto con las manos, casi desnudos, mientras los indignados vecinos de Barda del Medio nos espiaban por encima de la cerca y nos tiraban más piedras y hasta alguna botella vacía.

No recuerdo si nos dieron algo de comer, pero nos metieron a todos amontonados en dos calabozos y al referí Gallardo Pérez, que parecía un pollo deshuesado, hubo que atenderlo por hematomas, calambres y un ataque de asma. Deliraba y en su delirio insensato confundía esa cancha con otra, ese partido con otro, ese gol con el que le había costado los dos dientes de arriba.

Al amanecer, cuando nos deportaron en un ómnibus destartalado y sin vidrios, bajo la lluvia de cascotes, nuestro arquero, el Cacho Osorio, se acercó a decirme que a él nunca le habrían hecho un gol así. "Se comió el amague, el pelotudo", me dijo y se quedó un rato agachado, moviendo los brazos, mostrándome cómo se hacía para evitar ese gol.

Cuando se despertó, a mitad de camino, Gallardo Pérez me reconoció y me preguntó cómo me llamaba. Seguía en calzoncillos pero tenía el silbato colgando del cuello como una medalla.

- No se cruce más en mi vida - me dijo, y la saliva le asomaba entre las comisuras de los labios-. Si lo vuelvo a encontrar en una cancha lo voy a arruinar, se lo aseguro.

- ¿Cobró el gol? - le pregunté. - ¡Claro que lo cobré! - dijo, indignado, y parecía que iba a ahogarse - ¿Por quién me toma? Usted es un pendejo fanfarrón, pero eso fue un golazo y yo soy un tipo derecho.

- Gracias - le dije y le tendí la mano. No me hizo caso y se señaló los dientes que le faltaban.

- ¿Ve? - me dijo -. Esto fue un gol de Sívori de orsai6. Ahora fíjese dónde está él y dónde estoy yo. A Dios no le gusta el fútbol, pibe. Por eso este país anda así, como la mierda.

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  1. "Referí" es un argentinismo. Así se le nombra al árbitro, en alusión al término inglés "Referee".
  2. Garrafa, generalmente de forma esférica, normalmente de tamaño grande.
  3. Es preciso recordar que, en aquellos tiempos, se otorgaban dos puntos por partido ganado y no tres como en la actualidad.
  4. Piedra pequeña, pedazo de escombro, cascajo.
  5. Maleza, hierba mala.
  6. Otro argentinismo. Derivado del término inglés "Off Side": "fuera de lugar".

lunes, 7 de abril de 2014

Atlante, rumbo al cadalso en el Corona

Una visita que lucha por su vida.
El próximo domingo 13 de abril, por ahí de las 19:45 hrs., al terminar el siguiente encuentro a realizarse en el estadio Corona, quienes estaremos presentes en las tribunas pudiéramos ser testigos de un suceso que se antoja triste: el consumar el cuarto descenso del Atlante.
Hagamos números.
Los Potros de Hierro suman 98 puntos en 99 encuentros disputados, a lo más que aspira es a obtener 107 unidades tras finalizar sus 102 encuentros válidos para la tabla de cocientes; sus rivales que aun no logran la salvación aritmética son: Atlas (106), Puebla (104) y Veracruz que suma 34 puntos; aquí hay que aclarar que los 107 puntos a los que aspira a llegar Atlante equivalen a 35.667 puntos de los escualos, por lo que, sumando 36, es decir, dos más, los del Puerto se encontrarán salvados.
Por lo anterior, cuando los ahora caribeños salgan a la cancha del Corona, ya sabrán a qué aspiran para lograr su cada vez más difícil salvación. En el caso de que el sábado, Veracruz derrote a la U.N.A.M. en el Pirata Fuente, habrá consumado su salvación; después, el domingo a mediodía, en el caso de que Puebla logre obtener un punto en el Cuauhtémoc – cuantimás si son tres – tras recibir al América, obligaría al otrora equipo del pueblo a no dejar un solo punto en el camino si es que desean permanecer en el máximo circuito del balompié mexicano.
De darse el escenario planteado en el párrafo anterior, Atlante saldría obligado a vencer a los Guerreros en la cancha del Corona, caso contrario, una vez que el silbante designado decrete que finalizan las acciones del encuentro, estaríamos viendo cómo se consuma la despedida de los azulgrana de la ahora llamada “Liga MX”.
Tradición atlantista.
Cabinho y Rubén "Ratón" Ayala
Atlante, uno de los equipos de mayor antigüedad y mayor tradición en el futbol mexicano; tras una larga trayectoria durante la época amateur, fue uno de las diez escuadras fundadoras de la Liga Mexicana en su época profesional. Junto con Guadalajara, Atlas y América; es de los equipos que nunca han suspendido su participación en el futbol profesional, de 1943 a la fecha.
En la época amateur, Atlante era un cuadro de mucho arraigo entre los aficionados capitalinos, sobre todo los habitantes de barrios populosos. En aquellas épocas, los dos clásicos capitalinos eran España vs Asturias, equipos seguidos por las clases pudientes, y el Necaxa vs Atlante, que levantaba pasiones entre los de barrio y condición humilde. Tras el inicio de la época profesional, Necaxa decidió no participar en este nuevo circuito, aunque siguieron participando en ligas amateur, por lo que su clásico quedó sin llevarse a cabo. Los “prietitos” lograron coronarse en la temporada 1946-47 y, si bien su comportamiento en las tablas de posiciones era irregular, nunca descendía.
Descensos y desarraigo.
Fue hasta la temporada 1975-76 cuando tras una liguilla por la permanencia, fue derrotado por Atlético Potosino para pasar una temporada en la Segunda División. Un año después, regresa a la liga estelar tras derrotar a Querétaro en la final de la temporada 1976-77.
El segundo descenso azulgrana se produce tras finalizar la temporada 1989-90, en la que queda ubicado en el fondo de la tabla de posiciones para jugar de nueva cuenta en la Segunda División, logrando regresar un año después tras vencer a Pachuca en el cotejo final de la temporada 1990-91.
Tras el torneo Verano 2001 se consuma el tercer descenso del Potro de Hierro tras quedar últimos en la tabla de cocientes, aunque este descenso nunca se hizo efectivo debido a maniobras administrativas: debido a que para la siguiente temporada se llevaría a cabo una expansión de equipos de 18 a 20, tuvieron oportunidad de jugar una promoción ante Veracruz, misma que ganaron para conseguir compitiendo en la máxima categoría.
En el año 2007, sus dueños deciden mudar al equipo a la ciudad de Cancún. En principio se tuvieron resultados exitosos: seis meses después se corona por tercera ocasión – la segunda ocurrió en la Temporada 1992-93 –, después se corona como campeón de la Liga de Campeones de CONCACAF en el ciclo 2008-2009, para lograr su pase al Mundial de Clubes. Posteriormente, carente de una afición fija, desarraigado de sus orígenes y desatendido por sus dueños, su rendimiento ha ido a la baja, tanto que se encuentra a punto del descenso y, dado el nulo interés que sus dueños muestran por él, su regreso queda en entredicho.
La situación mencionada en los primeros párrafos de este escrito es meramente hipotética, aunque con alta probabilidad de consumarse. Para los románticos de nuestro futbol, sería una pena que un equipo con tanta tradición en nuestro futbol se pierda en el abismo. Pero si a alguien habría que culpar, sería a sus actuales dueños, quienes no han entendido los nuevos tiempos que vive nuestro futbol.