La opinión de Heriberto Murrieta sobre la reaparición de José Tomás.
El pasado sábado 3 de mayo, sintonicé vía radio la corrida en la que José Tomás reaparecía en México tras la cornada sufrida cuatro años atrás, en la que estuvo en peligro de muerte.
Quien llevó la narración junto a su equipo, fue el cronista y comentarista taurino Heriberto Murrieta, quien expresa en el siguiente artículo su sentir acerca del suceso taurino en cuestión.
La emoción arrebatadora
El silencio en la plaza de Juriquilla
era tal ,que más que narrar, hubo que susurrar las faenas a través de la radio para no importunar a los
absortos espectadores. Silencio impactante de máximo respeto. Parecía un
monasterio, más que un coso taurino. Y es que en el ruedo estaba oficiando José
Tomás, el antagonista del toreo banal y utilitario, hierático, serio y
profundo, la personalidad cada vez más acusada.
Vestido de verde esmeralda con
bordados en oro, se veía delgado, con la taleguilla ligeramente floja, el pelo
en seco desordenado y no pocas canas formando un remolino arriba de la frente.
José Tomás torea poco, interesa mucho. De ahí el ambiente de gran acontecimiento,
el lleno a reventar en los graderíos del bello recinto queretano. Los boletos
para ver a la leyenda viviente valen más en función de la gente que no logra
conseguirlos o la que pelea por ellos ante los revendedores de las grandes
fauces.
El maestro de maestros hiló fino con
el primero de la tarde, un toro de calidad, noble, justo de fuerza de la
ganadería de Los Encinos. Buscó no atacarlo demasiado sino darle su aire para
dar forma a una faena impecable, templada, con la muleta a media altura. Le han
criticado los enganchones. No hubo ninguno. Faena pulcra, de gran contenido,
gusto y empaque. Cortó dos merecidas orejas.
Pero la catarsis llegaría en el
quinto. Con 'Rey de Sueños' de Fernando de la Mora, bravo, repetidor, de gran
transmisión, un toro con mucha sustancia, José Tomás provocó una emoción
arrebatadora. Primero los lances de mano alta, acompañando la embestida.
Después, con la muleta, un recital de naturales de antología. Largos y
deletreados, en cámara lenta, un estallido de belleza artística ante un público
extasiado. Hubo uno colosal en el que logró curvear la embestida y la despidió
con un imperceptible giro de muñeca, casi dejando caer el engaño. ¡El acabose!
En algún momento, quedó a merced del toro, que casi le pega la cornada. Se rehizo,
imperturbable, sin hacerse la víctima, y siguió bordando el toreo. Hubo por lo
menos cuatro tandas de muletazos de gran profundidad y estética, confirmación
de que ha refinado su tauromaquia. Aunque la faena era de rabo, es irrelevante
que se haya cansado de pinchar. Lo que quedará es el recuerdo emocionado y el
privilegio de haber estado ahí en una tarde memorable.
Aciertos
José Tomás está pendiente de las
pequeñas grandes cosas. En aras de dar un toque de categoría al espectáculo,
impidió que el patio de cuadrillas se convirtiera en un mercado, limitando el
acceso de gente que no tuviera nada qué hacer ahí. Prohibió la presencia en los
tendidos de los engorrosos vendedores ambulantes que estorban la vista durante
las faenas y ordenó que no se tocara música durante las faenas, esos pasodobles
estridentes que vulgarizan la realización del toreo. Y ni falta hicieron,
porque sus faenas llevaban su propia música, la música callada del toreo, diría
Bergamín.
La única mancha
Cuando todo había salido a pedir de boca
gracias al cuidado de cada uno de los detalles por parte de la empresa
comandada por el infatigable 'Pollo' Torres Landa, apareció el negrito en el
arroz. El sexto toro era el de la anunciada despedida de Fernando Ochoa.
Durante el trasteo se escucharon las notas de 'Las Golondrinas'. Se trataba del
marco ideal para el adiós del michoacano. Pero al no tener posibilidades de
triunfo, anunció que regalaba un toro, quitándole así toda su importancia al
brindis que acababa de hacer tanto a José Tomás como al público.
Apareció entonces un animal
indecoroso de la ganadería de Fernando de la Mora. Un torillo de otra corrida.
Es imposible darle importancia a la faena de un matador de toros con un
novillito insignificante. Qué lamentable forma de echar a perder una despedida.
Ochoa no tenía ninguna necesidad de usar ese desgastado recurso de obsequiar un
sobrero, pues había ofrecido una digna actuación en sus tres turnos. Perdió
entonces la brillante oportunidad de tener una despedida de categoría. Por otra
parte, ¿cómo es posible que, minutos después de lidiar un toro bravo y de buena
presencia, Fernando de la Mora cometa el craso error de lidiar un animal así de
pequeño? Son bandazos inexplicables que hacen que nuestra Fiesta no termine de
dar el necesario paso hacia la grandeza.
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