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martes, 31 de diciembre de 2013

Los botines - Jorge Valdano. Feliz 2014

Reflexión futbolera de fin de año.

Al terminar este año 2013, se vuelve época de reflexión, análisis y propósitos para el ciclo por iniciar. Durante este año que termina convivimos, debatimos, discrepamos, complementamos nuestras opiniones sobre la vida en general, el deporte en particular, y el futbol en especial.

Comparto un pequeño pensamiento llamado "Los botines", con el que el Maestro Jorge Valdano culmina su libro "El miedo escénico y otras hierbas" (Madrid, 2002; Pp 322-324). 


Jorge Valdano
Mi hermano tiene cuarenta y cinco años y es un serio abogado hasta en el gesto, pero a mi madre no la engaña: "cuando se pone los botines de fútbol vuelve a tener ocho años", me cuenta. Ella sabe que ahí se acaba el abogado con cara de malo porque el fútbol lo devuelve a la inocencia del juego; y yo, el envidiado que supo hacer del juego una profesión, termino envidiándole la autenticidad de su sentimiento, acaso porque, con el tiempo, el fútbol se me fue contaminando de seriedad, una perversión inevitable.

Me hice entrenador para estar lo más cerca posible del campo, pero descubrí que no hay antídoto para los otros males del banquillo. Delante de mí están los que me recuerdan el placer perdido (los jugadores) y detrás, los que me recuerdan el deber actual (los aficionados). Eso de no jugar pero tener la culpa tiene algunos inconvenientes que no había valorado lo suficiente. Cuando era entrenador del Tenerife, un aficionado me gritaba: "siéntate, payaso!", alguna de las veces que me ponía de pie para impartir una orden. Me cuentan que a la temporada siguiente el mismo tipo se desesperaba al grito de "Levántate, vago!", cuando el nuevo entrenador respondía sin inmutarse a los desarreglos del equipo. El personaje no es más tarado que otros muchos que van al estadio sólo a cazar culpables. Si un aficionado propio no es capaz de ponerse de acuerdo consigo mismo sobre un aspecto secundario del juego, acordemos como imposible contentar a miles que miran el partido con la emoción desbordada por misteriosas reacciones.

Al fin y al cabo jugamos para volver a la infancia
El hincha es un profeta implacable de las cosas que ya ocurrieron: juega con opiniones, las adapta, las cambia; fútbol ficción que también quisiéramos practicar los entrenadores, únicos con el poder de convertir las ideas en decisiones pero con el fastidio de tener que comprobarlas en el campo. El jugador es un héroe con un discurso muscular que sólo se puede rechazar, pero el arma del entrenador es la palabra, y el aficionado, que también la tiene, se siente con el derecho y el deber casi patriótico de usarla para discutir, rebatir o contrariar.

El sentido de posesión del hincha lo acerca o lo aleja de sus ídolos por una identificación sincera y afectiva que siempre empieza y termina en los colores de la camiseta. Camiseta que no llevamos los entrenadores, "payasos", "vagos" y hasta "sabios", a los que se puede llegar a respetar pero muy difícilmente a adoptar.

Las actuaciones de los jugadores son valoradas al instante con exclamaciones que llevan implícita una carga de amor o de odio, información tensionada por una emoción que de cuando en cuando estalla en gritos de miles. El juicio al entrenador es sumario y suele dejarse para el final. Lo único que nos vuelve inocentes es el triunfo, y por el servilismo que producen los buenos resultados, hasta nos asignan un estilo si es que llegamos a ser campeones. De la derrota somos la primera víctima y nos sustituirá un colega que vendrá como solución, después de haber sido echado de otro equipo como problema. Paradoja que me gustaría cerrar en el patio de mi casa, junto a mi hermano, poniéndonos las botas para irnos a jugar un partido que promete mucho de puro gratuito. Sería imprescindible que mi madre nos mirara con una sonrisa: al fin y al cabo jugamos para volver a la infancia.

Recordemos siempre eso: el futbol es lo más importante... de las cosas menos importantes.

Que la paz, la salud, la unión, la alegría y la abundancia estén con ustedes hoy y siempre.

Feliz 2014.

Enrique Macías M.

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