Algo de mitología lagunera.
Son bien sabidas las historias de apariciones diabólicas en la Comarca Lagunera. Quizá la más famosa sea aquella de la muchacha guapa que, al bailar en la Pista de Lerdo, se dio cuenta que su pareja era el mismísimo Satanás, a quien, asegura, vio tenía una pata de cabra y otra de gallina.
Gustó tanto a Belcebú asustar y poseer almas laguneras, hasta que, en cierta ocasión, eligió a un prominente comerciante del Mercado Alianza, a quien abordó un sábado a media tarde al salir del bar “Gota de Uva” tras una típica tarde botanera.
Tras la súbita aparición del maligno, vestido con su tuxedo en color rojo, su barba bien cortada y alineada, sus cuernos y su trinche, el aliancero le espetó:
—Ora, puto… ¿Y tú qué? ¿A dónde es la pachanga?
—¿Cuál pachanga? –respondió el proveniente del Averno– Soy el diablo… y vengo por ti.
—Pos… está muy bueno el disfraz… pero no mames, ¿Qué vas a ser tú el diablo? –argumentó el comerciante lagunero.
El chamuco comenzó a molestarse ante la falta de miedo del felizmente alcoholizado sujeto, y le dijo:
—Mira: soy el diablo, y te lo voy a demostrar. ¿Ves esa casa que está ahí arriba del cerro?
—Si. ¿Qué tiene?
—Pos la voy a mover pa’bajo.
Y…. ¡MADRES! Que la casa cambia súbitamente de lugar.
El bodegateniente responde:
—Oye: pos ‘ta muy bueno el truco… mejor que los de Beto El Boticario. Pero no mames que eres el diablo. Es más: ya me caíste bien. Te invito un vino. Vamos a volver a entrar a la cantina.
—¿Cuál pinche cantina? –respondió enojado el demonio– Mira, cabrón: ¿Ves esa cabezota (la de Morelos, que en ese entonces estaba en lo alto del Cerro de la Cruz)? Pos la voy a cambiar pa’bajo también.
Y, otra vez…. ¡MADRES! El Morelos quedó en las faldas del cerro.
—Oye, cabrón: ¡Eres bueno para eso de los trucos de magia! –dijo el aliancero, mientras eructaba los gases producto de la digestión de la botana–. ¡Ándale! Vamos a echarnos unos alcoholes mientras me platicas cómo le mueves a eso de la magia.
El diablo, ya emputado por el escepticismo y la falta de temor del parroquiano, le gritó:
—Bueno, hijo de la chingada: ¿Qué otra cosa quieres que te cambie para que me creas que soy satanás?
El vendedor de verduras respondió mientras sacaba papeles de la bolsa de su camisa:
—A ver, güey. ¡Cámbiame este cheque!
El diablo, con la cara torcida del coraje, gritó mientras comenzaba a esfumarse:
—Soy el diablo cabrón. ¡NO TU PENDEJO!
…y desde entonces, no se tiene noticia de nuevas apariciones satánicas en esta región.
Como La Laguna, ¡NINGUNA!
Chiste original contado por don Jesús González Leal, en uno de sus casetes de la Picardía Norteña. Adaptado a la perfección a la raza de la Comarca Lagunera.
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