Publicado en Intelisport el 25 de marzo de 2020
Hoy desperté con la triste noticia de que, durante la madrugada, había dejado de existir don Nacho Trelles. Nostálgico, compartí en mi perfil y con mis grupos futboleros de Facebook la nota publicada en la edición digital de El Heraldo de México, agregando lo siguiente: “Se fue el último tótem del futbol mexicano. Muere el hombre, nace la leyenda”. Y es que, desde que tengo memoria, Ignacio Trelles Campos (Guadalajara, Jal. 31 de julio de 1916 – Ciudad de México, 25 de marzo de 2020) era ya un símbolo del viejo lobo de mar, del director técnico que se las sabía de todas, todas. Junto con don Fernando Marcos (1913 – 2000), eran considerados las leyendas más grandes de nuestro futbol.
Rápidamente, se vinieron escenas a mi mente. Recuerdo haberlo visto en el estadio Moctezuma, sentado en la banca del equipo visitante, detrás de la cual nos ubicamos, en la tribuna de Sombra Norte; en aquellos años las bancas eran, como su nombre lo indica, bancas: sin respaldo, ubicadas entre las escaleras que conducían a los vestidores y la línea de banda de la cancha. Su vestimenta como DT siempre fue la misma: pants con los colores y el escudo del equipo al que dirigía, playera tipo polo, y su infaltable cachucha —el hombre de la cachucha, llegó a llamarlo el también finado locutor Ángel Fernández (1925 – 2006), otro tótem—. No recuerdo haberlo visto levantarse del banquillo durante aquel partido en el que la Máquina Celeste derrotó a la Ola Verde por la mínima diferencia, en aquel ya lejano 1978. Cuando volvió el futbol de Primera División a La Laguna, lo vi, ya más envejecido, cuando vino dirigiendo a la U. de G. En el inter, crecí viendo a su Cruz Azul ser campeón en dos ocasiones, y cuando aquel Universidad de Olaf, Tuca, Hugo Sánchez, Luis Flores, Manuel Negrete, López Zarza y más, lo dejó a un partido de conquistar el tricampeonato. Después dirigir al Atlante y a la U. de G., donde debutó a los “Tres Alegres Compadres”: Alfonso Sosa, Octavio Mora y Daniel Guzmán.
Ignacio Trelles fue durante mucho tiempo, el DT más ganador en la historia del futbol mexicano, habiendo logrado siete campeonatos de liga —Marte, 1953-54; Zacatepec, 1954-55 y 1957-58; Toluca, 1966-67 y 1967-68; Cruz Azul, 1978-79 y 1979-80—, además de cinco subcampeonatos —América, 1961-62 y 1963-64; Toluca, México ’70 y 1970-71; Cruz Azul, 1980-81—, así como torneos de Copa e internacionales, sin olvidar que fue el primer DT campeón de la Segunda División, al ascender a Zacatepec en 1951. Alcanzó a ver, a sus 102 años de edad, alcanzada su marca por Ricardo “Tuca” Ferretti —Campeón con Guadalajara, Verano 1997; U.N.A.M., Clausura 2009; U.A.N.L., Apertura 2011, Apertura 2015, Apertura 2016, Apertura 2017 y Clausura 2019; subcampeón con Guadalajara, Invierno 1998; U.A.N.L., Invierno 2001, Apertura 2014, Clausura 2017; U.N.A.M., Apertura 2007—. Además, dirigió a la selección mexicana en los Mundiales Chile 1962 e Inglaterra 1966, así como a en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 y México 1968.
En las épocas en las que la Comarca Lagunera no tuvo equipo de futbol, mis amigos y yo seguíamos los pocos partidos que transmitían en la televisión. Nachito siempre nos divertía al dirigir al Atlante. Recuerdo que, en una ocasión en la que estábamos viendo uno de aquellos partidos, don Nacho recurrió a su colmillo largo y retorcido para hacer tiempo, provocar a los jugadores del conjunto rival —se dice que llegó a ponchar los balones que caían en sus manos—, etc. El árbitro, uno de aquellos señorones, de los que sí tenían personalidad, no se anduvo con contemplaciones y procedió a expulsarlo de la cancha. Camino al vestidor, el reportero de cancha de la televisora que transmitía el partido lo abordó y le preguntó su opinión, acercando el micrófono a su boca. Don Nacho respondió con su voz pausada, arrastrando las palabras: “Estos hombres, son denigrantes para nuestro futbol”. Después, en las cascaritas callejeras, cuando a alguno de nosotros no nos gustaba lo decidido —que si el balón iba muy alto, que si pasó por encima de la piedra que colocábamos para delimitar la portería imaginaria, que si fue falta o no— repetíamos aquella frase del Hombre de la cachucha.
Autor de otras frases como aquella respuesta a un reportero que se le acercó emocionado, una vez que se consumó la primera victoria mexicana en mundiales de futbol, en la que se derrotó tres goles por uno a Checoslovaquia, y le dijo eufórico: “Nachito…. GANAMOS”, a lo que Nachito respondió: “¿Ganamos? Que yo sepa, usted no juega en el equipo”. Aquella otra que me resulta de uso común: “si quieren caldo de liebre, lo primero que se necesita es la liebre”. También sigo disfrutando de aquella genialidad que le contestó a finales del siglo pasado a Carlos Reinoso, quien, como DT de América había declarado que, los equipos mexicanos que debían siempre disputar el torneo Pre-Libertadores, que en aquellos años se disputaba ante los equipos venezolanos clasificados, eran América y Guadalajara; “por tradición”, fue la justificación del chileno, a lo que don Nacho, cuando un reportero le preguntó su opinión al respecto, declaró: “si es por tradición, manden mejor a unas chinas poblanas”.
Sencillo, hogareño, no era un hombre adepto a los micrófonos y/o reflectores. Al haber fallecido en medio de la contingencia actual, no tendrá velorio, no habrá aglomeraciones en torno a sus restos mortales, los que serán despedidos discretamente. Homenajes tuvo muchos en vida, afortunadamente. Quizá el eligió este momento para despedirse conforme a su manera de ser.
En fin, anécdotas, datos y frases por doquier saldrán en estos días. Por mi parte, sirvan estas líneas como un sencillo homenaje a un hombre que marcó mi infancia futbolera.
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