Un 22
de diciembre de 1996, bien lo recuerdo yo… comenzaría el corrido
alusivo a aquel día en el que nuestro querido Santos Laguna llegó finalmente a
la gloria. Ya la había acariciado treinta meses atrás, cuando el poste y Osmar
Donizzete le habían impedido levantar la copa de campeón en aquella ocasión. Aquella
pléyade de virtuosos como Daniel Guzmán, Ramón Ramírez, Richard Zambrano,
Héctor Adomaitis, Antonio Apud, Olaf Heredia, Wagner de Souza, Rubén Martínez y
más se quedó a un paso de dar un campeonato a La Laguna. El tiempo es sabio:
quizá no estábamos aun preparados para disfrutar de aquellas mieles. Quizá nos
faltaba madurar para asimilar ese paso hacia la grandeza. Quizá porque, bien
dicen, Dios no les da alas a los alacranes, y el farsante de Pedro García no
merecía tener un título para el que la directiva puso los billetes y el,
solamente el bluff. Y si: las cosas
cayeron por su propio peso y el chileno fanfarrón, quien presumía jamás haber
sido despedido de club alguno durante su carrera como entrenador, aquí perdió
el invicto. La directiva parecía no aprender, y volvió a sucumbir, a caer
nuevamente hipnotizada, bajo el poder de ese sonsonete sudamericano, ese canto
de las sirenas que, por alguna extraña razón, seduce a directivos, ya sea por
ignorancia futbolística, o bien, por complicidad, habiendo un promotor de por
medio. Afortunadamente, desde el corporativo de la compañía que otorgaba los
presupuestos, se dieron cuenta de ello; pusieron de patitas en la calle al
nefasto Patricio, contratando en su lugar a Alfredo Tena, quien llegó a dirigir
los últimos siete encuentros del campeonato 1995 – 96, último torneo largo en
el futbol mexicano.
A diferencia de aquella temporada
del subcampeonato, no se realizaron contrataciones bomba; no se abrió la
chequera tan generosamente como aquella ocasión. En esta ocasión, los refuerzos
fueron pocos, de perfil discreto y no tan escandalosos: quizá el de más peso
fue Alberto “Guamerú” García; además llegó una jnoven promesa procedente del
Atlas llamada Jared Borgetti. Se rescató a unos relegados Nicolás Ramírez y
Wagner de Souza. Durante las últimas jornadas del torneo anterior, el laureado ex–capitán
americanista escrutó las piezas con las que su nuevo equipo contaba, las
acomodó en el lugar óptimo y solicitó mínimos complementos para afinar la
maquinaria con la que competiría en el primer torneo corto, el Invierno 1996.
En mucho ayudó el hecho de que,
previo al inicio del torneo de liga, se tuvo el torneo de copa a manera de
preparación. Por cuestiones reglamentarias, los guerreros debieron afrontar
todos los partidos de la fase de grupos como visitante. Me explico: se acordó
que los equipos que integraban cada uno de los grupos debían enfrentarse entre
sí a un solo partido; en caso de ser entre equipos de la misma categoría, la
escuadra que había quedado en mejor posición en la tabla durante el torneo de
liga anterior, sería local; en caso de enfrentarse equipos de diferente
categoría, el local sería el cuadro de la división inferior; así que, tras el
desastre que dejó don Patricio en la temporada anterior, Santos Laguna tuvo que
bailar con la más fea durante el torneo copero; hecho que resultó benéfico para
los de la Comarca. Si bien no se clasificó: fue una excelente gira de pretemporada.
Empate sin goles en el Universitario ante los recién descendidos Tigres,
derrota en el Azteca ante América tres goles por dos, derrota en Saltillo por
la mínima diferencia, victoria en la Sultana dos goles por cero ante Tigrillos,
empate a un gol en Cd. Victoria ante la U.A.T., empate en el Tecnológico a dos
goles ante Monterrey, y empate a dos goles en Tampico ante la Jaiba Brava. Resultados
en sí cuestionables, mas benéficos desde el punto de vista del funcionamiento.
El conjunto albiverde llegó
afinado a la liga, iniciando con tres triunfos consecutivos: uno por cero al
América en el Corona, uno por cero a Monterrey en el Tecnológico, y dos por uno
a Morelia en el Corona; partido en el que se produjo veto a la pequeña gran
fortaleza de los guerreros. De esta manera, tras empatar sin goles en Veracruz,
los aficionados nos trasladamos a Zacatecas a apoyar a nuestros héroes ante
Guadalajara; día de fiesta en el que las largas rectas que tiene el trazo de la
carretera que conduce a la minera ciudad, en sus tramos Cuencamé – Juan Aldama –
Río Grande – Fresnillo, se pintaban de verde, por la cantidad de banderas que
emergían de las ventanillas de los vehículos que nos transportaban. Los zacatecanos,
seguidores del conjunto tapatío, pensaron ser locales debido a la ubicación
geográfica; no fue así: las tribunas del estadio Francisco Villa se poblaron de
verde. Santos Laguna realmente jugó como local. Y, aunque el rebaño logró
empatar en las postrimerías del encuentro a un gol, arrebatándonos el inminente
triunfo, gestado durante el primer tiempo mediante desborde de Jorge Rodríguez
por la banda derecha, enviando centro al área que Jared Borgetti anidó, la comunión
entre equipo y afición se afianzaba. Si bien en el siguiente encuentro, también
en casa, se sufrió dolorosa derrota ante Cruz Azul dos goles por cero, se
enderezó el rumbo al empatar a un gol en Guadalajara ante Atlas y, posteriormente,
ligar dos victorias consecutivas al vencer a Puebla por la mínima en el Corona
y después dar cuenta de Toluca en su bombonera con marcador de dos goles a
cero; después se sufrió nueva derrota en casa ante la U.A.G. dos goles por uno.
Se volvió inmediatamente a la senda del triunfo, ligando en esta ocasión tres
triunfos: victoria por la mínima en el Azteca ante Necaxa, después se despachó
a domicilio a Toros Neza tres goles por dos y se dio cuenta de Pachuca dos
goles por uno, con lo que se aseguraba el pase a la postemporada, restando cuatro
encuentros al torneo. En el último tramo de la temporada regular se empató a
dos goles en C.U. ante la U.N.A.M., victoria por la mínima en el Corona ante Atlante,
aleccionadora derrota tres goles por cero en León y, finalmente, victoria a
domicilio dos por cero ante Atlético Celaya.
Santos Laguna llegaba a la
liguilla con palmarés impresionante. Si bien, no había anotado tantos goles –
fue el lugar 13 en la tabla de goleo por equipos, con 21 anotaciones –, fue el
segundo cuadro menos goleado, con 15 tantos permitidos. Segundo puesto en la
tabla general, con diez victorias, cuatro empates y solamente tres derrotas. 34
puntos. Con este panorama se enfrentaría a la tercera liguilla de su corta
historia.
Para conservar la costumbre, el
primer rival de los guerreros sería un equipo tapatío. Al igual que en aquel
1993-94, el rival fue Atlas. Tras sacar un empate a un gol en el partido de ida
con tanto de Jared Borgetti, la vuelta fue un contundente triunfo tres goles
por uno. En semifinales tocó enfrentar a un sorprendente Toros Neza que, tras
colarse a la liguilla en octavo lugar imponiéndose a León en la repesca, echó
de la competencia al líder Atlante con marcador global de nueve goles a dos. Partido
de ida en Neza, en donde Santos Laguna se impuso dos goles por cero con tantos
de Héctor Adomaitis y Gabriel Caballero, para culminar la obra con triunfo de
tres goles por dos, en donde Jared Borgetti se destapó con tres anotaciones.
Así pues, Santos Laguna llegaba a
la final del torneo por segunda ocasión en su historia, enfrentando ahora al
bicampeón vigente Necaxa, que había llegado tras eliminar a Guadalajara y
Puebla. Los guerreros llegaban al partido definitivo en desventaja de un gol
por cero; sin embargo, los aficionados nos encontrábamos optimistas de cortar
la seguidilla de títulos del cuadro dirigido por el experimentado Manuel
Lapuente.
Conseguir los boletos para este
partido no tuvo dificultad. Ser aficionado de siempre daba la seguridad de
tener acceso a estos tan preciados papeles, ya sea por haber adquirido abono, o
gracias a conservar la contraseña en el boleto del encuentro inmediato
anterior. El problema en las localidades generales, era conseguir un buen lugar
para observar el encuentro. No tuvimos la suerte de siempre. Al ingresar a
Sombra Norte, vimos que nuestro lugar de siempre, junto a la hielera de la
parte alta, ya se encontraba ocupado. Conseguimos acomodarnos en la última
grada de la tribuna ubicada detrás de la línea de meta, casi a la altura de
donde se cobra el tiro de esquina. Eso sí, también junto a una hielera. Estábamos
a salvo de la deshidratación.
Santos Laguna saltó al terreno de
juego con José Miguel en el arco; Lupe Rubio, Paco Gabriel, Pedro Muñoz y
Wagner de Souza; Miguel España, Nicolás Ramírez, Benjamín Galindo y Héctor
Adomaitis; Gabriel Caballero y Jared Borgetti. Necaxa inició con Nicolás
Navarro; Chema Higareda, Octavio Becerril, Eduardo Vílchez y Juan Ramón Jara;
Gerardo Esquivel, Alberto García Aspe y Alex Aguinaga; Sergio Zárate, Ricardo
Peláez y Luis Hernández.
Apenas iniciando el encuentro los
locales se lanzaron a fondo buscando igualar lo antes posible el marcador
global. Necaxa resistía, cuidaba su ventaja y contraatacaba. Fue hasta el
minuto 35 cuando cayó el tan anhelado tanto albiverde; cerca de la esquina
junto a la que nos encontrábamos ubicados, se cometió una falta por parte de un
jugador necaxista; Benjamín Galindo cobró enviando un centro certero al área, rematado
por Francisco Gabriel, quien entró sin marca; ni siquiera tuvo que saltar,
solamente martilló con la cabeza para enviar el balón al fondo de la cabaña
enemiga. Algarabía total en la tribuna, que se incrementó tres minutos después,
cuando Wagner de Souza recuperó un balón en su lateral izquierda y recorrió toda
su banda realizando paredes con sus compañeros; al llegar al área albirroja, se
combinó con Gabriel Caballero para que éste culminara con anotación. Gol de
antología; de tiki-taka al más puro
estilo del Barcelona de Guardiola. En la tribuna nos volvíamos locos, aunque no
por mucho tiempo, y es que antes de irnos al descanso, Ricardo Peláez lanzó un
zapatazo desde fuera del área, que sorprendió a José Miguel para empatar el
marcador global. Así nos iríamos al descanso. Un optimismo nervioso era el
estado de ánimo de los asistentes.
En el segundo tiempo las acciones
se encontraban equilibradas, aunque Necaxa creaba mayor peligro. Su empuje dio
frutos cuando Luis Hernández, aquel que cuatro años atrás no quiso jugar para
Santos Laguna, prendía de cabeza la pelota y ponía a su equipo nuevamente
encima en el tanteador global. La tribuna se silenció por instantes. Algunos parecían
resignarse, otros continuamos alentando. Los once guerreros que se encontraban
en la cancha se lanzaron al frente, para anotar de nuevo dos minutos después.
Benjamín Galindo tomó el balón recién puesto en circulación tras el gol
necaxista y sirvió hacia el área enemiga, Jared bajó el balón de cabeza ante la
llegada de Gabriel Caballero para que éste anotara su segundo tanto de la
tarde. Ambas escuadras merodeaban peligrosamente el área rival. Recuerdo una
acción clave cuando Sergio “Ratón” Zárate empalmó de lleno un balón en las
afueras del área defendida por Santos Laguna, Miguel España se tendió y tapó
con su pierna derecha el obús. Debió dolerle hasta en el alma aquel impacto, sin
embargo, el tanto necaxista no cayó y el marcador global seguía empatado. La locura
se dio a unos cuantos minutos del final, cuando cayó aquel legendario gol en el
que Nicolás Ramírez recibió un balón de Benjamín Galindo, parecía que serviría
a la banda para Adomaitis, quien hizo la pasada; sin embargo, decidió enviar
balón al corazón del área necaxista, de donde emergió Jared Borgetti entre los
dos zagueros centrales rivales, para lanzarse de palomita y enviar el balón a
las piolas. Gol icónico. En la tribuna nuevamente la algarabía, aunque sabíamos
que aún no podíamos cantar victoria. La ventaja era de solamente un gol. Necaxa
volvió a lanzarse al ataque, aunque los albiverdes lograban contenerlos. El reloj
avanzaba lentamente, como si estuviéramos en otra dimensión. Estábamos tan
cerca y a la vez tan lejos de lograr la gloria. Ante un rival con tanto oficio,
no podíamos confiarnos. Los últimos minutos del encuentro estuvimos al filo de
la grada. Cuando el silbante Arturo Brizio decretó el fin del encuentro, se
desató la catarsis. Santos Laguna se consagraba como digno, merecido e incuestionable
campeón por primera ocasión en su historia.
La Comarca Lagunera entera
festejó, gozó, disfrutó aquel campeonato. Algunos como yo, que seguimos a los
guerreros desde su fundación, lo festejamos de una manera muy especial. Tras el
silbatazo final, en lugar de sentir euforia, me desahogué en llanto. Mientras observaba
los gritos jubilosos en las gradas, y a los integrantes del equipo abrazarse al
centro de la cancha, pasaron por mi mente como una película a alta velocidad
los momentos vividos siguiendo a mis guerreros: aquellos encuentros de segunda
división, los ascensos frustrados, los primeros cinco años en lucha por la
permanencia. Recordé especialmente a más de diez personas, quienes burlonamente
cuestionaban mi insistencia en asistir al estadio Corona a ver a “un equipillo
de segunda división sin chiste”, a “unos matalotes que de la segunda división
nunca van a salir”; y que tras mi atrevida respuesta en la que les aseguraba
que “algún día Santos Laguna estará en Primera División… y será campeón”
cuestionaban mi estado mental, colocaban su mano en mi frente revisando mi
temperatura corporal, o simplemente se carcajeaban en mi cara.
Soñé, manifesté mis sueños en voz
alta, y éstos se cumplieron. Después soñé con un estadio nuevo, con Copa Libertadores;
también esos sueños se han cumplido. Faltan otros por cumplir, como el Mundial
de Clubes; en su momento se volverán realidad, estoy seguro.
Hace veinte años Santos Laguna
nos dio el primero de los cinco campeonatos de liga logrados hasta hoy. Por ser
el primero, aquel de 1996 fue especial. Más que un campeonato, fue una lección
de vida. Fue el día en el que nos convencimos de que nuestros sueños podían
volverse gratas realidades.
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