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jueves, 16 de junio de 2016

Aficionados a la Fiesta y LGBT: minorías víctimas de terrorismo e intolerancia.

Similitudes y diferencias ante las expresiones de odio en su contra



En nuestra sociedad existen minorías compuestas por personas homosexuales, bisexuales y transexuales; ellos han sido discriminados a lo largo de los siglos por ejercer una sexualidad diferente, la cual es considerada una desviación por la gran mayoría de quienes componen dicha sociedad. Si bien han logrado estas minorías que, en estas últimas tres décadas, sus derechos como personas sean reconocidos, existe una condena mayoritaria a su estilo de vida. La lucha emprendida en favor de sus derechos y libertades genera reacciones en contra, algunas de ellas esgrimiendo argumentos diversos, y otras irracionalmente intolerantes.

De la misma manera, en algunos países existe una minoría de personas con afición a la tauromaquia, en sus distintas usanzas. Si bien históricamente estas tradiciones han tenido enemigos y opositores, es en estas últimas tres décadas cuando estos ataques a gran escala han arreciado. Ser aficionado a los toros ha pasado de ser algo normal, a ser algo similar a un estigma.

Ser aficionado a la tauromaquia, o miembro de las comunidades Lésbico-Gay, Bisexual y Transexual (LGBT) significa ser estigmatizado, perseguido y, en muchas ocasiones, violentado. Veamos algunos ejemplos:

La sociedad estadounidense, y de todo el mundo se encuentra pasmada ante un suceso que puede calificarse como terrorista, homofóbico; intolerante, en resumen. El pasado domingo 12 de junio, un sujeto de nombre Omar Mateen, estadounidense de origen afgano, arremetió con armas de grueso calibre en un bar LGBT de la ciudad de Orlando, Florida, matando a 50 personas e hiriendo a otros 53.  El hecho fue ampliamente difundido por todos los medios de comunicación y condenado a nivel mundial. El perpetrador, quien resultó abatido, pasará a la historia como un intolerante asesino.

Intento de incendio en la residencia de André Viard


De igual manera, el 26 de julio del 2011, miembros de un grupo llamado “Frente de Liberación Animal” intentaron incendiar la casa del presidente del Observatorio Nacional de las Culturas Taurinas de Francia, André Viard, cuando él y su familia dormían. Afortunadamente no se produjeron víctimas, ya que una de sus hijas despertó y alertó al resto de la familia. Este hecho fue escasamente difundido. No se conoce acerca de ningún sujeto detenido por esta tentativa de homicidio múltiple, a pesar de que el mencionado colectivo se adjudicó su autoría. Dos hechos que, si bien, no se comparan en cuanto a número de víctimas, son similares en cuanto a haber sido perpetrados por intolerantes, motivados por odio y prejuicios. De la misma manera, así como podemos nombrar infinidad de atentados contra personas LGBT, podría contar infinidad de atentados en contra de la comunidad taurina: manifestaciones en las que impunemente se nos llama “asesinos”, “sádicos”, “torturadores” y lindezas similares; vandalización de pinturas, murales y estatuas con motivos taurinos, así como pintas en las fachadas de algunas plazas de toros; el intento de incendiar la plaza de toros “La Petatera” que año con año se levanta en Villa de Álvarez, Colima; las agresiones sufridas por aficionados que se dirigían hacia las plazas de toros en Valencia, Zaragoza y Barcelona, por mencionar algunas; intentos irresponsables por “liberar” reses bravas en el trayecto de las ganaderías hacia las plazas de toros; hasta el intento de asesinato mencionado al inicio de este párrafo.

Ante estos dos hechos, la pregunta que cabe hacernos es: ¿por qué las acciones en contra de los LGBT son cada vez más condenadas y publicitadas, mientras que la violencia de la que han sido víctimas los aficionados a los toros es poco difundida, y hasta justificada?

Los colectivos LGBT están formados por personas que históricamente han sido discriminadas, por lo que desean romper dicha condición. Se han organizado, han cabildeado, se han hecho escuchar. La sociedad los ha escuchado; primero, por ser personas; segundo, gracias a su admirable organización, por su capacidad de hacerse presentes en cuanto foro les sea posible.

Por otro lado, los aficionados a los toros nacimos en una sociedad en la que ejercer como tales era algo cotidiano; algo así como ser aficionado al futbol, al béisbol o a cualquier otro deporte popular. Para la mayoría de las familias era normal salir un domingo a la iglesia, a comer, a pasear y por la tarde a presenciar una corrida de toros. Ahora, poco a poco, ser aficionado a los toros se ha vuelto políticamente incorrecto. ¿Quién indujo este nuevo orden mundial? Las grandes corporaciones, las transnacionales que han encontrado en la industria de la mascota un flujo de efectivo superior a los 25 billones – sí, billones: millones de millones – de dólaresanuales. En sí, el hecho de que la tauromaquia exista no obsta para que su negocio continúe creciendo; sin embargo, patrocinan a los grupos que abogan por su prohibición ya que hacerlo va en consonancia con su último fin: hacer ver a los animales tan humanos como el mismo Ser Humano. De esta manera retiran su publicidad de los medios que llegaban a transmitir programas relativos a la tauromaquia, a la par que cabildean leyes tendientes a prohibir los espectáculos taurinos, además, claro está, de auspiciar fundaciones que realizan el trabajo sucio para pedir la prohibición de la fiesta brava. Cuando ven que lograr lo anterior es imposible, buscan, invocando falazmente a la Organización de las Naciones Unidas, prohibir la entrada a los menores de edad a los espectáculos taurinos para, así, cortar la cadena de transmisión de esta tradición.

Entre los colectivos LGBT y los aficionados a los toros hay diferencias en cuanto a las reacciones ante las agresiones sufridas: mientras que cuando los de sexualidad diversa reaccionan sonoramente ante las agresiones, denuncian y claman justicia por todos los medios; los aficionados a los toros, quienes presumimos ser valientes, arrojaos, echaos pa’lante, soportamos estoicamente las agresiones de los antitaurinos, quienes cuando se enteran de accidentes o tragedias en el ruedo,hacen escarnio. Mientras que en el estado de Jalisco, el funcionario estatal que comentó en su perfil de Facebook su lástima porque el número de muertes en bar Pulse fue de solamente cincuenta personas y no cien, fue cesado de sus funciones; a quienes han deseado la muerte a los toreros heridos, o se regodearon con el fallecimiento de Rodolfo Rodríguez “El Pana” no se les acusó de delito alguno. Precisamente porque el nuevo orden mundial hace ver a los animales como humanos y, por lo tanto, a los taurinos como asesinos de estos ahora humanos.

A la par que las leyes han sido modificadas en un buen número de países para reconocer los derechos de los LGBT para que éstos dejen de ser considerados seres inferiores, se cabildea buscando otorgar derechos a seres que éticamente no pueden tenerlos, como lo son los animales. A la luz de la ética, lo explica perfectamente el filósofo español Fernando Savater: "Los animales no tienen derechos en el sentido estricto de la palabra, pues tampoco tienen ningún deber. El derecho es una cosa que los seres humanos nos concedemos, entendemos que uno tiene un deber y por lo tanto tiene un derecho correlativo de exigirlo. Un animal vive fuera del reino de las leyes, uno puede concederle derechos. Por ejemplo, una vaca que vive en mi finca, tiene derecho a estar allí porque es parte de mi derecho a tener vacas. Pero la vaca no tieneen sí misma derecho." Cierro la cita y aclaro que, de ninguna manera pretendo comparar el dar derecho a los LGBT, quienes son seres humanos, con los animales que de ninguna manera lo son.

Los lamentables sucesos del pasado domingo nos demuestran los horrores que son capaces de producirse cuando se mezclan la intolerancia y el fanatismo, patrocinados y exacerbados por poderosos intereses externos. Los colectivos LGBT han padecido este fanatismo y esta intolerancia, al igual que los aficionados a los toros; recordemos las protestas violentas que se han suscitado alrededor de plazas de toros en ciudades de México, España, Francia y Colombia; afortunadamente – hasta ahora – sin muertes qué lamentar.

Independientemente de las opiniones particulares acerca del estilo de vida de los LGBT, los aficionados a los toros deberíamos seguir su ejemplo. Organizarnos y levantar la voz cada vez más alto para exigir cobertura a nuestras acciones y respeto a nuestros derechos como personas es algo que debemos admirarles e imitarles. A la vez, estoy seguro de que, debido a lo que han padecido, los LGBT que lean este pequeño ensayo tomarán conciencia fácilmente de la situación por la que atravesamos los taurinos y, a partir de ahora, respetarán y se solidarizarán con nuestros derechos como personas y como minorías, de la misma manera en la que exigen los suyos. Claro está, siempre y cuando nosotros los taurinos también los respetemos como personas.


Seamos tolerantes, y exijamos respeto a nuestros derechos. 

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