Resultadismo y superficialidad.
Vivimos en una época en la que el
ruido es más importante que la esencia, en la que los resultados inmediatos
importan más que las formas. “Pierda kilos… ¡¡¡AHORA!!!”, “libérese de esas
arrugas ¡¡¡DE INMEDIATO!!!”, “prepare deliciosas comidas ¡¡¡AL INSTANTE!!!”.
Deseamos obtener satisfactores de inmediato, sean éstos materiales, económicos
o de placer. En este entorno actual en el que predomina lo desechable y/o reciclable,
buscando el beneficio inmediato, así sea pasajero, hemos relegado a segundo
plano lo hermoso y duradero.
En el plano deportivo se vive también ese resultadismo, ese inmediatismo, esa necesidad de mantener
contentos a los seguidores de cierto equipo tomando decisiones de cortísimo
plazo. Un equipo no obtiene buenos resultados en tres, cuatro, cinco o seis
jornadas, y la concurrencia pide – en la mayoría de las ocasiones, exige, y de una manera no muy civilizada –
medidas inmediatas: "cesen al director técnico" es la exigencia más socorrida,
la receta más fácil; en ocasiones, la medida resulta lógica, en otras, se corta
un proceso con tal de evitar en el corto plazo un distanciamiento con la
fanaticada, o desmanes mayores en la tribuna; y aunque, tras la destitución del director técnico los resultados del equipo no mejoren, el público se
sentirá aliviado, su exigencia de ver correr sangre tras aplicar la guillotina
al director técnico, – quien, como escribe Jorge Valdano, “de la derrota somos la primera víctima y nos sustituirá un colega que vendrá como solución, después de haber sido echado de otro equipo como problema” –, y así seguirá el ciclo:
llega alguien como solución, y en la primera crisis se convierte en el
problema, mismo que hay que cortar de tajo para que, en el corto plazo, la
hinchada desahogue sus frustraciones. Al término de la temporada, los mismos
medios de comunicación que encabezaron la revuelta que exigía la cabeza de
dicho entrenador, criticarán al equipo en cuestión por la falta de visión de
largo plazo. Y el monstruo de mil cabezas, al no tener memoria más allá de un
mes, no recordará haber sido responsable de cortar de tajo todo proceso con vistas
más allá del torneo a jugar; además, pondrá como ejemplo a los equipos que sí
tienen la continuidad que ellos mismos en su propio equipo cuestionaron, y que presionaron para
interrumpirla.
En la Fiesta Brava también se
está sacrificando la esencia de la misma en pos de darle a la concurrencia –
ojo, es diferente ser “concurrencia” que “afición”, todo aficionado es parte de
la concurrencia a los tendidos de una plaza de toros, mas no a toda la concurrencia,
si acaso a una mínima parte, se le puede llamar “afición” – un placer pasajero y falso. Este mal no es de unos pocos años a la fecha. Realizando una
investigación hemerográfica abro la edición del periódico “El Siglo de Torreón”
del domingo 4 de septiembre de 1983, día en el que Santos Laguna jugó su primer
partido oficial, me encuentro dos columnas muy interesantes sobre este tema: la primera, del
cronista y comentarista taurino José Trinidad Sánchez Ramírez, mejor conocido
como “Tino”, y otro de la ex torera Conchita Cintrón. Reproduzco ambas, negritas de quien esto escribe:
Tino escribe:
Lo bonito y lo bello en el toreo
Roberto Miguel |
La línea divisoria entre lo
bonito y lo bello, por muy real que sea, tiene una vaguedad grande, que disculpa
en muchos casos la confusión.
En el toreo la belleza es la
hondura con que se ejecutan las diferentes suertes – bástenos recordar aquel
pase de la firma de Paco Trujillo, en su última novillada – que no sean
vueltecitas – como tantas que presenciamos el domingo pasado –, que es de donde
emana el toreo bonito; determinados diestros hacen cosas bonitas en los ruedos,
que el calificativo de bellas les vendrá holgado en demasía; es allí donde
muchos que buscan la belleza sufren el fraude que les depara lo bonito.
El toreo que ejecutan los toreros
bonitos es ligero, sonriente, superficial, insignificante, en una palabra: ES
FALSO. Lo bello en el toreo se caracteriza por su honda seriedad y por una
vigorosa significación. En lo bonito siempre hay imperfecciones, en lo bello
no; lo bonito es frívolo – muletazos mirando al tendido, rodillazos, etcétera
–, lo bello es apasionante – llevar bien toreado al astado, corriéndole la mano
con temple, ritmo y dimensión –; lo bonito en el toreo nos divierte, es una
agradable fantasmagoría, es una ingeniosa falsedad, un delicioso ENGAÑO a la
vista; lo bello, por poco que nos divierta, nos da la siempre la sensación de
que ES LO QUE DEBE SER, algo tremendamente verdad.
Las actuales concurrentes a las
plazas de toros, cuando ven a un torero verdad – Roberto Miguel – que no sea
bonito, retroceden ante su belleza artística que nada tiene de frívola y, como
ellos buscan un fácil deleite, una especie de droga placentera, y se encuentran
con una imponente realidad que exige rendido vasallaje, se sienten defraudados
con la verdad clara.
El público que en su mayoría
asiste a las plazas de toros busca un especial placer que les haga olvidar sus
trabajos y pesadumbres cotidianas, y por ello aspiran en grandes bocanadas el
toreo bonito y, prisioneros de su gusto, levantan pedestales de barro a ídolos
falsos pero bonitos.
El verdadero aficionado a los toros,
aquel que asiste a las corridas para ver la fiesta por su base que es el toro,
aquel que va a ver toros y no toreros, no se deja sorprender ni menos
deslumbrar por el brillo de las candilejas y, al ir eliminando todo lo
accesorio, prescinde, como tal, del toreo bonito, y entonces es cuando la
belleza del toreo luce en todo su esplendor y, en un ambiente de seriedad y
peculiar ascetismo; pero esto mismo demuestra que no es para cualquiera, porque
tal ambiente no es respirable para todos.
Anécdotas y comentarios sobre
hombres y toros, de Conchita Cintrón
El torito y el micrófono.
Con el micrófono en la mano ya
cualquier mamarracho es cantor. Y ahora se presentan en público, con éxitos
retumbantes, horrendas criaturas que aparecen por decenas. Unos gritan más,
otros menos, todos se agitan frenéticamente, pero el micrófono hace su milagro
de ondas sonoras y el “culto público” se entrega ante la magnitud del barullo.
El torito joven de los ruedos
mexicanos es un micrófono taurino. Sirve para darle realce a cualquier
actuación mediocre, creándole al espectador la impresión de que el diestro
tiene oficio. Con ese animalito el torero “canta” a sus anchas, agitándose
triunfante entre tanda y tanda de pases aun careciendo de oficio.
No nos equivoquemos tan
ingenuamente: cantar no es – o no debería ser – un esfuerzo físico, torear
tampoco. Sepamos pues distinguir a quienes pueden triunfar sin depender totalmente
de las circunstancias…
Guadalajara, Jal. 1983.
Como podemos ver, ya hace más de
treinta años ambas plumas criticaban lo que ya se advertía como mal de la
Fiesta Brava y que, por arrogancia, ignorancia y muchas cosas más, dejamos
crecer hasta ver viralizado dicho fenómeno.
Difícil, muy difícil será,
revertir estos fenómenos. En esta sociedad de consumo en la que vivimos, es
casi imposible renunciar a los remedios inmediatos y superficiales en pos de
una solución de fondo. Sigamos pues, queriendo combatir un cáncer con una
aspirina, a la vez que nos lamentemos de la metástasis en la que deriva.
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