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jueves, 21 de agosto de 2014

QUE FARSA! por Andrés Calamaro

Sobre las incongruencias e hipocresías de algunos.

Andrés Calamaro
Andrés Calamaro (Buenos Aires, 22 de agosto de 1961), famoso cantautor y productor, a pesar de haber nacido en una tierra no taurina, es un convencido defensor de ésta. Además de ser capaz de captar los valores estéticos, sociales, culturales y metafísicos de la Fiesta Brava, Calamaro expone frecuentemente sus razones a favor de la misma, así como su desacuerdo con las incongruencias de quienes desean imponer un nuevo orden mundial, alineado -y alienado- en torno a los intereses de las grandes corporaciones transnacionales que cabildean para imponer su agenda, hecho que conlleva borrar identidad y tradiciones hispanoamericanas en favor de costumbres anglosajonamente insípidas.

A continuación, su texto más reciente acerca del tema en cuestión.

Qué farsa!


Soy carnívoro cultural, no me confundo pensando (ni mucho menos ventilando alegremente) que soy un cazador que necesita de la ingesta de carne -de mamíferos- para sobrevivir; como carne y derivados animales (como queso o huevos) para deleitarme con suculentos platos preparados con artesanía y con ciencia culinaria, por restauradores o personas que saben preparar comida rica merced la tradición o la practica. 

Se que compartir un opíparo asado es un ejercicio pornográfico y cínico en un mundo que muere (literalmente) de hambre, no por eso repudio a otros como yo que comen rico, ni a aquellos que riegan sus comilonas con caldos añejados en roble, fermento de la vid, otros seres vivos: las uvas. Desde mis lejanas y púberes vacaciones que me permito pescar con boyita o plomada sin culpa, y me gustaría tener un fin de semana para practicar la pesca del dorado, o el surubí, en el Paraná correntino. Y volvería a deleitarme con la parrilla -o la milanesa- mesopotámica, aun sabiendo que aquellos peces pescados murieron para mi placer deportivo o sibarita, puesto que comiendo hierba (pasto) podría alimentarme y crecer fuerte como un caballo, grandioso como un elefante o cualquier otro animal vegano de respetables hechuras. 

Otro asunto que no levanta ampollas en la opinión publica es el uso de cosméticos o cremas para mejorar la piel, para cuya ciencia se sacrifican ya no miles, sino millones de mamíferos en Europa o donde sea que los laboratorios desarrollan asuntos cosméticos o medicinas de otra índole, incluso aquellas que salvan vidas humanas, solamente las vidas que puedas pagar los tratamientos. Porque el gran crimen del que somos cómplices es la desigualdad y los mas brutales asesinatos son el hambre y la guerra. Mucho menos espantoso es el fraude de ternura que supone adoptar mamíferos y castrarlos para que se adapten a nuestra vida sedentaria en apartamentos y hacerlos orinar una vez por día. Enérgicamente desapruebo la deforestación y su consiguiente desastre ecológico, sin embargo no propongo prohibir la literatura y celebro que tantos grandes autores hayan publicado en papel impreso, cuando la opción editorial era una sola y no existían las pantallas digitales fabricadas por trabajadores esclavos en países de oriente. 

La mayoría de los canallas que lean estos ingeniosos párrafos estarán de acuerdo en protestar por el hambre y la guerra, algunos mas sensibles sentirán piedad por el surubí de las milanesas, por las ratas de laboratorio, por los arboles talados y los cachorros castrados. Pero de ahí a prohibir la libre tenencia de mascotas, la existencia de restaurantes, celebrar asados o comer libremente en un restaurante, hay una distancia sideral. Llamar hijo de puta a cualquiera que se pasea con un perro es exagerado. Leer el periódico como pasatiempo y (de paso) enterarse que en Siria asesinaron a cien mil es una paradoja. Hay que tragarse todo esto, lo anteriormente citado y al periodista degollado … masticarlo, tragarlo y digerirlo. No volver a leer un libro impreso en papel, ni desear electrónica fabricada en el lejano oriente, no usar alianzas de oro ni camisetas de algodón, jamás sentarse a comer un asado por el mero placer de compartir la rica carne a la barbacoa con amigos o parientes. Y limpiarse el culo con la mano. 

El siguiente paso será desconfiar de la ficción. ¿Por qué? Porque el cine de terror, las películas bélicas, muchos cuadros en los museos -incluso la biblia- recrean escenas sanguinarias y (aunque virtual y arte) también es una forma de violencia. Visto este panorama, protestar por la existencia de las corridas de toros es de una ingenuidad imperdonable, pero incubar un sentimiento de desprecio inquisitorial es infantil y –desde todo punto de vista- imperdonable. No cualquiera va a percibir los destellos de arte en la pintura abstracta, el free jazz o el cine de Bergman. Es probable que necesitemos ofrecer nuestra conciencia, darnos tiempo para aprender a ver y escuchar; la mayoría sabemos que muchas cosas que no entendimos valen la pena a pesar de nosotros. De ahí a levantar indignados la voz para llamar asesino al carnicero -o a Ornette Coleman- hay una distancia sideral que, inequívocamente, te convierte en ingenuo ignorante o en un triste hijo de mil putas (aun sin darte cuenta, puesto que desde tempranas edades te entrenan para no darte cuenta de tantas cosas que importan).

Nada que llame demasiado la atención en un mundo idiota que vive equivocándose.




Y para razones, diez mas y perfectamente explicadas:
http://descabellos.blogspot.com.ar/2014/08/10-razones-para-que-vuelvan-las.html

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Liga a artículo original: http://www.calamaro.com/2014/08/que-farsa/


miércoles, 13 de agosto de 2014

La evolución del público en los toros, por Salvador Giménez

Del aficionado al curioso, del público rural al urbano.

Diego Sánchez
El pasado domingo asistí al Coliseo Centenario a la primera novillada del serial "Descubriendo un torero". Como en todo festejo, en los tendidos tenemos una mezcla de taurinos de siempre, algunos de ellos acompañados de taurinos de ocasión: ésos que acuden a los festejos a realizar labor de relaciones públicas; también se tiene la presencia de espectadores que acuden a apoyar al alternante lagunero Gerardo Solís, confiando en que, con su apoyo - como si fuera el jugador número 12 futbolero -  el chamaco en cuestión será el triunfador.

Una vez que es arrastrado el último burel del festejo hacia la puerta correspondiente, el sonido local anuncia que, debido a que ninguno de los alternantes ha cortado oreja, el criterio de desempate será el odioso "aplausómetro", no obstante que dos de los alternantes fueron premiados con la vuelta al ruedo por parte del público mientras que los dos restantes se retiraron en silencio; ante esto, estábamos imaginando un nuevo despojo hacia cualquiera de los dos que deberían resultar triunfadores.

Coliseo Centenario. Buenas intenciones, pésimas formas
Así las cosas, el sonido local llama al tercio a los cuatro alternantes, llevándose claramente una mayor cantidad de aplausos el coleta lagunero; en respuesta a la "porra" de Gerardo, la afición que siempre acude a los festejos abuchea. Finalmente, se impone el buen juicio y el jurado decide que el triunfador del festejo - probablemente haciendo oídos sordos a los espectadores de ocasión, o quizá porque ya tenían su veredicto - sea el hidrocálido Diego Sánchez, quien mostró mejores hechuras como torero además de ser el de mayor porte.Por algo dicen que lo primero que se requiere para ser torero, es parecerlo.

A propósito de este burdo espectáculo, en el que en lugar de entregar programas a la entrada del coso, la administración recurre a un animador que, micrófono en mano y con gritos al más puro estilo de feria ranchera, procede a presentar a los alternantes - forzando su salida al tercio - pidiendo un aplauso para ellos, comparto el siguiente artículo para reflexionar sobre todo lo que se está haciendo mal en nuestra Fiesta Brava. 


La evolución del público en los toros

Una reflexión sobre la relación de la sociedad actual con la fiesta de la tauromaquia
Por: Salvador Giménez. El diario de Córdoba.


EL toreo, como todo espectáculo que se precie, tiene un determinado tipo de público. Cuando las corridas de toros eran el único espectáculo de masas existente en España, su público provenía de una cultura rural. Era feroz, ávido de emociones y sobre todo conocedor de lo que acontecía en los ruedos. Era un público que valoraba la lucha de la fuerza bruta del animal contra la razón humana. Un animal que no le era ajeno y desconocido. Por eso, el público de las corridas de antaño conocía sobradamente que el pilar y cimiento de aquel incipiente espectáculo era la integridad del toro a lidiar. 

Toreo antiguo. El ahora incomprendido primer tercio
Era la época en la que corrida se sustentaba en el primer tercio. Caballos, caballos, caballos. A más caballos más diversión. Hoy puede parecer cruel, pero entonces era lo esencial. Si el animal manseaba y rehuía de los équidos, se le colocaban las banderillas de fuego para mayor deshonra y escarnio para su criador. Luego, aquel duro público se rendía ante los espadas que mejor uso hacían de los aceros. Un público que se entregaba ante la verdad y el poder del toro, sin obviar tampoco la heroicidad y épica de los que se enfrentaban a él. Por eso los primeros espadas siempre gozaron de la admiración del pueblo y eran tratados como héroes mitológicos. 

Aquellos héroes del pueblo se dieron cuenta rápidamente de que a menos rusticidad del toro podían lucir mejor sus habilidades ante él. En cuanto pudieron fueron disminuyendo la raza, vigor e integridad del toro. El público fue cambiando sus gustos. Con el tiempo se decantó más a favor del hombre que de la bestia. Eso sí, cuando el hombre campaba a sus anchas ante un toro cada vez menos poderoso, y también de menor presencia, aquel público montaba en cólera y en ocasiones, así lo atestiguan la historia y las hemerotecas de la época, fue necesaria la intervención de la fuerza pública para la protección de aquellos que osaron degradar al auténtico baluarte de la fiesta. El toro. 

Toreo antiguo. Tendidos llenos, pasión por la Fiesta
Todo evoluciona con los tiempos. Hoy la diversidad de espectáculos, así como su accesibilidad al público, ha aumentado de forma notoria. La tauromaquia ya no es diversión principal de los españoles. Para colmo es políticamente incorrecta. Una rémora de un pasado salvaje e incivilizado. Ser aficionado, o casual espectador, a una corrida de toros está mal visto. Por esto el gran público ha huido de las plazas. El que queda es un espectador casual, que acude una tarde al año a lo sumo, y porque el toreo aún está vivo en nuestro ADN. Público que es un gran desconocedor de la liturgia ancestral del último rito de nuestra cultura mediterránea y que trata de rentabilizar a cualquier precio el alto coste de una entrada. 

Es el público de hoy. Amable, mediatizado por los toreros de papel couché y la telebasura. Un público que desconoce el toro, su historia, su naturaleza y su importancia para el futuro de la fiesta. Un público que permite su falta de integridad, su manipulación y mira hacia otro lado ante tanto fraude. Un público que tolera que cuatro pegamantazos ocupen lugares de privilegio en los carteles en todas las ferias, en detrimento de aquellos que preservan los auténticos valores del toreo. Un público que está permitiendo que sexagenarios sigan toreando ante el toro más disminuido de toda su historia. Un público que en ocasiones, cuando se da cuenta de todo, ya no vuelve más a sentarse en el tendido de una plaza de toros, convirtiéndose así en algo irrecuperable. 

Mientras tanto el mundo taurino, con el beneplácito de cierta prensa especializada a sus órdenes, vende esta fiesta corrupta y podrida como el toreo de hoy y también del futuro. No se dan cuenta de que están matando la gallina de los huevos de oro y están llevando a la ruina algo único en nuestra cultura. 

La salvación del espectáculo pasa por educar a este público, mostrarle una fiesta donde el toro íntegro sea pilar básico, enseñarle e inculcarle los auténticos valores de este rito ancestral y sobre todo hacerle más accesible todo lo que rodea al mundo de los toros, sin artificios y sin intereses. Lo demás sobra. La verdad y el toro son el verdadero futuro de la fiesta.
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Liga al artículo original:
http://www.eldiadecordoba.es/article/opinion/1832748/la/evolucion/publico/los/toros.html