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jueves, 28 de agosto de 2025

Un Guerrero sin igual


“Me cae bien tu tío… pero dile que no haga sus misas tan largas”, le decía por ahí del año 1987 a mi amigo Arturo Gutiérrez Zatarain, refiriéndome al padre Gerardo Zatarain García, quien en aquellos años oficiaba en la colonia Las Alamedas. De momento no recuerdo por qué razón, a un grupo que estábamos por recibir la confirmación nos hacían acudir a aquellas misas que, en efecto, excedían por mucho la hora de duración. Si bien para mí resultaban tediosas, tanto por la duración como por la obligatoriedad de las mismas, me llamaba la atención que tenía siempre el templo lleno a reventar, y que la gente escuchaba entusiasmada el mensaje que daba. “Aquí está la Biblia… Un aplauso para la Biblia”, y la Biblia recibía una ovación atronadora de la concurrencia. 

A principios de 1992, previo a entrar a recibir clase en la Universidad Iberoamericana, me llamó la atención ver a Juan Flores, el ariete hondureño de Santos Laguna, caminando por el estacionamiento de maestros con sus tachones en la mano en dirección a las canchas del campus. Saliendo de la clase me fui a asomar. En efecto, el equipo en aquel entonces dirigido por el profesor Rubén Maturano llevaba a cabo ahí su entrenamiento del día. Cada que me era posible, asistía a los interescuadras que el equipo llevaba a cabo en la cancha del antiguo estadio Corona, mas nunca había presenciado una sesión de trabajo táctico como la de aquel día. Ambiente festivo, jocoso y de camaradería, y ahí, a un lado de la cancha, el padre Zatarain al pendiente, intercambiando bromas con Julio César Armendáriz y Pedro Muñoz, principalmente. 


Quince años después, con la presión del descenso encima tras el ahumadazo, el cuadro albiverde tenía negada la victoria. Se convocó a una misa en el estadio Corona un día entre semana por la noche. Los asistentes nos sentamos en las butacas de la sección numerada. Al ingresar, nos entregaron una vela a cada quien. En la cancha, el padre Zatarain montó el altar, junto a la línea de banda. En el muro que separaba las gradas del foso que circundaba la cancha, se encontraba una pequeña veladora encendida. Durante la homilía se apagó el alumbrado artificial. El padre señaló la veladora y pidió a quienes estaban cerca, acercar sus velas, encenderlas y, a su vez, vompartir lla llama para encender las velas de quienes se encontraban cerca, y así sucesivamente. “Mientras exista una llamita de esperanza, y ésta sea transmitida a su prójimo, se iluminará el panorama por completo”, palabras más, palabras menos fue el mensaje. 


Semanas más tarde, si bien los dirigidos en aquel entonces por Daniel Guzmán cosecharon una buena cantidad de puntos, tenían la amenaza del descenso alrededor. Zatarain ofició una misa en el templo de Nuestra Señora de Guadalupe, con la asistencia de una gran cantidad de aficionados, incluyendo las porras de aquel entonces: La Komún, La Tribu y demás. La imagen del padre, arremangándose la sotana para mostrar su camiseta a franjas horizontales debajo, es icónica. ¡Gran levantón anímico para la fiel afición! 


Siempre fiel a sus Guerreros. Al darse la rotación periódica de los párrocos de la diócesis, quién mejor para la parroquia de Todos los Santos, enclavada en el TSM, que él. Ya disminuido de salud, ocupaba, mientras le fue posible, ataviado siempre con su jersey verdiblanco, una butaca de la fila “Z” en el estadio Corona, a poco menos de diez metros de mi lugar, siempre respondiendo a los saludos de quienes se acercaban a saludarlo. 


Hoy, el padre Gerardo Zatarain, el cura de la raza, de los barrios, quien predicó la fe hacia Dios como padre amoroso –“oremos a Papá Dios”, decía en tono cariñoso–, ha pasado a ocupar su palco permanente en la sección celestial. 


Queda en los aficionados tener siempre presente su historia, honrar su ejemplo y brindarle este sábado una gran ovación durante el minuto de aplausos que seguramente se le brindará, acorde a lo que siempre fue: un Guerrero sin igual. 

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