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jueves, 24 de abril de 2014

Defendiendo la Fiesta Brava - Historia de la tauromaquia.

Breve historia del toreo.

Pinturas rupestres, Chauvet, Francia
La tauromaquia (del griego taurus: toro y machomai: luchar) tiene su origen en la edad de bronce. La ancestral fascinación por la figura del toro – el encanto que produce su potencia vital y engendradora, su constitución vigorosa, la punta hiriente de sus cuernos y la eficacia inquietante de su embestida – encuentra una de sus expresiones contemporáneas en la llamada “fiesta brava”[i]

Los primeros vestigios de la relación entre el hombre y el toro bravo se encuentran en las cuevas francesas. De ellas, la de Chauvet, con aproximadamente 32mil años de antigüedad, contiene evidencias –pinturas rupestres – de esta relación entre el ser humano y las reses bravas, que habitaban en toda la zona del mar mediterráneo. También se tienen evidencias de lidias de toros bravos en la isla de Creta, en la que se realizaban demostraciones de agilidad con la mediación de un toro salvaje, este ejercicio se conoció como “taurocatapsia”.

Taurocatapsia
La mitología griega también evoca al toro como una figura encarnadora de bravura – tan es así que el dios Zeus encarna en forma de toro en Creta –, así como a la lucha ante el astado como un acto de valor – dos de las hazañas de Hércules fueron tauromáquicas: una, ante el ya mencionado Toro de Creta y la otra, cuando en tierras ibéricas, se apodera de la vacada de Gerión, el mugidor –.

En la edad media, el lanceo – o alanceo – de toros era una práctica tanto de cacería como de entrenamiento militar que realizaban los nobles como Carlomagno, Alfonso X “el sabio”, así como algunos califas de la región sur de España. Este ejercicio consistía en que el jinete, armado con su lanza y montado sobre su caballo, retaba al toro a acometer contra él para posteriormente, evitar ser derribado de su cabalgadura y darle muerte. El noble era auxiliado por sus peones, quienes utilizaban sus capas como elementos de distracción para apartar al toro en caso de que éste lograra golpear al caballo. Cuando los peones realizaban una brega que complacía a sus señores, éstos los premiaban regalándoles la res para su aprovechamiento. De ahí viene la costumbre de premiar con trofeos a las faenas excepcionales; aunque en la actualidad ya no se otorga el animal entero sino solamente los apéndices: orejas y rabo – los reglamentos taurinos ya no permiten la mutilación mayor del toro, por lo que ya no es posible que se otorguen las patas del toro como trofeo –.

El Cid Campeador alanceando - Goya. Museo del Prado
Los toros eran alanceados o corridos ya sea en el campo, como práctica militar; o bien, en las plazas de las ciudades, dentro de las fiestas patronales como exhibición. Cuando esto sucedía, se cerraba la Plaza Mayor de la ciudad; la acción se desarrollaba en la explanada y los espectadores observaban desde los balcones de los edificios circundantes.

El toreo a pie surge cuando se realiza el cambio de casa gobernante en España: tras el fin de la dinastía de los Austrias, los borbones tenían otras aficiones. El Rey Felipe V de Borbón (1700-1746) consideraba la Fiesta como un espectáculo bárbaro… entonces, la nobleza – históricamente lambiscona – decide abandonar las plazas y el toreo a caballo. Entonces el pueblo, la plebe, los de a pie,  aprovechó la oportunidad, saltó a la arena, se apoderó de la fiesta y creó el toreo tal como hoy lo conocemos.

Plaza de Toros de Sevilla
De esta manera, durante las primeras décadas del Siglo XVIII, principalmente en Sevilla, los varilargueros, los conocedores y mayorales de las ganaderías, sucedieron a los señores; pero a partir de esta fecha el matador de a pie se impone indiscutible en el favor del público. La Fiesta, de esta manera, se convirtió en el espectáculo preferido del pueblo español. Tan es así que, cuando la monarquía requirió del favor del pueblo, debió acercar la Fiesta a las celebraciones palaciegas. Durante la coronación de Carlos III en 1759, como en la boda del Príncipe de Asturias en 1765, se llevaron a cabo corridas de toros. De esta manera, la nobleza se reconcilia con la Fiesta y le da un nuevo impulso: durante el reinado de Carlos III se construyen las primeras plazas de toros: si bien, la de Béjar (Salamanca) es considerada la más antigua; también en esa época se construyen dos de las plazas monumentales: las de las Reales Maestranzas de Caballería de Sevilla (1761) y de Ronda (1784).

Plaza de Toros Rodolfo Gaona, Cañadas de Obregón, Jal.
En México se tienen documentadas corridas de toros desde el Siglo XVI: la primera corrida de toros celebrada en México – y en el continente americano – se celebró el 24 de junio de 1526. Poco después de la conquista del territorio azteca, se establece la la primera ganadería de bravo en el territorio del México actual. Siendo ésta la de Atenco, fundada en el año de 1522.

Si bien en Perú presumen que la Plaza de Toros de Acho, en Lima, es la más antigua de América, construida en el año de 1766, se puede decir orgullosamente que, la plaza de toros más antigua del mundo se encuentra en suelo mexicano. Ésta es la plaza ahora llamada “Rodolfo Gaona”, situada en la ciudad de Cañadas de Obregón, Jalisco; que data del año 1680.





[i] Radetich, Natalia. “Defensa de la fiesta – Diálogos con Navegante”.  Fundación José Tomás. Barcelona, 2013.

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