Para Carlitos… Descansa en Paz, Hermano.
Semana de semifinales en la UEFA
Champions League en la que han sido eliminados los dos clubes de mayor
prosapia, presupuesto y número de títulos de España: Barcelona y Real Madrid. Curiosamente
en estas fechas surgen, al parecer por generación espontánea, seguidores de
ambos equipos. Primeramente el conjunto merengue
fue eliminado a manos del Borussia Dortmund, activando las burlas de quienes
siendo mexicanos, se ostentan como orgullosos culés; un día después, las burlas circularon en sentido contrario. Las
razones de tan misteriosa pasión por los colores de dichos equipos de ultramar
son de fácil explicación.
A propósito de lo anterior, les contaré sobre una situación que padecí
durante mi infancia, misma que nunca me tuvo nada contento… y ahora, aunque no
me afecta en gran cosa, cada vez que me viene a la mente comienzo con las
mismas reflexiones alusivas.
Resulta que siendo yo un niño, tras la venta
de nuestro querido Club de Futbol Laguna, la pasión futbolera de quien me
llevaba al estadio: mi señor Padre, disminuyó al grado de que durante los
domingos prefirió ver las transmisiones de futbol americano en la televisión,
relegando el balompié. Un Servidor, niño al fin y con un solo televisor en
casa, no tenía otra que ver la elección del jefe de la familia. La situación
desagradable no era el tener que ver el futbol americano, que es un deporte
bonito y respetable; tampoco lo era el hecho de no poder ver el futbol en mi
casa, para eso tenía a mis vecinos, a cuya casa siempre me invitaban a ver los
partidos transmitidos el fin de semana; no: lo feo era la situación de que el
humor dominical vespertino de mi adorado padre variaba en función del resultado
ocurrido en el emparrillado. ¿A quién le iba él? A todos y a ninguno. Me
explico con un ejemplo representativo: que si le caía gordo el peinado Punk de Jim McMahon, veía los partidos
de los Osos de Chicago esperando verlos derrotados “para que se le quite lo
mamón al cabrón ése”; con tan mala suerte que en esa temporada dicho equipo
conquistó el Super Bowl XX… y propinando además una madriza a su rival, que se
puede decir que ni las manos metió. El hecho referido motivó que tuviera que
soportar mohinas, corajes, etc. Ante lo anterior, me pregunté: “bueno, ¿y por
qué derramar tanta bilis por equipos que juegan en ciudades que quizá nunca
llegue a conocer?” Desde entonces decidí que, cuando observe un encuentro entre
equipos que no sean mis equipos, o
que cuyo resultado no afecte a mis
equipos; me dedicaré a disfrutar del encuentro, de las jugadas, de las
situaciones chuscas que se lleguen a presentar, de las idioteces que suelen
proferir algunos narradores, o de cualquier otra situación interesante que
rodee a dicho encuentro.
Cuando surgen eventos o partidos
importantes en ligas que nos son totalmente ajenas, ¿por qué la mayoría de los
espectadores suelen polarizarse hacia alguien o algún equipo? Y más aun: ¿Por qué algunos cambian de equipo cada temporada? He aquí algunas
reflexiones:

2. Costumbre.- Otro factor que
incide son las añejas costumbres que tenemos, cuando menos en este país. La
escena es común: se sintoniza un partido; no falta quién pregunte: “¿Quiénes
juegan?”; otro responderá: “Los Fulanos vs los Menganos”; la siguiente pregunta
que se escuchará es: “¿Y a quién le vas?”. Por costumbre siempre pensamos en
elegir a un favorito, ya que desde antaño así es la costumbre. Desde
tiempos inmemoriales al acudir
a las ferias, las competencias eran en su gran mayoría acompañadas de apuestas:
peleas de gallos, carreras de caballos, etc., desde cuando en las culturas
prehispánicas se jugaba el juego de pelota, corrían las apuestas por doquier.
Desde entonces el espectador también jugaba su partido deseando el triunfo de
su elegido para sentirse ganador – que en ese caso sí lo era, ya que
incrementaba sus haberes gracias a dicho triunfo – con la consiguiente burla hacia
quienes salieron derrotados y “desplumados” de la contienda. Vemos entonces que
en nuestra cultura se encuentra el hecho de proyectarnos en otros para
competir.

4. Novedad.- En México, y en
particular en la Comarca Lagunera, la gente suele ser sumamente novedosa. Asistimos a
la inauguración de cuanto local se instale en la región y, aunque no sepamos
nada acerca del lugar en cuestión, ahí estamos; sólo con el fin de socializar y
de poder presumir a nuestras amistades que estuvimos presentes en el magno
evento. De igual manera sucede con los eventos que se suscitan en la región y
en el mundo entero: en enero todos son expertos en futbol americano, a
mediados de año son futboleros y toman partido por alguna selección que
esté teniendo acción ya sea en Copa América, Campeonato Mundial, Eurocopa,
Juegos Olímpicos o Champions League; y en octubre todos son partidarios – casualmente
– de alguna novena que se encuentra disputando la postemporada de las Grandes
Ligas. Así como las señoras tienen la necesidad de seguir puntualmente todos
los capítulos de la novela para “estar in” ya que será el tema de conversación
con sus amigas, otros sienten la necesidad de tener un equipo, competidor o
boxeador favorito que se encuentre en acción en ese momento para sentirse completamente involucrados en él (véase el punto 3).
Es imprescindible mencionar
además, el hecho de que en muchas ocasiones el individuo tiene la necesidad de
sentirse ganador en algún aspecto de su vida. La sensación de triunfo es algo
así como una necesidad fisiológica en el ser humano, y si no se siente a través
de los triunfos propios, se buscará a través de los triunfos y éxitos de los
demás. A esto se le denomina “subirse al carro de los triunfadores”.
“Ganó Perengano, que es al que yo le voy (o le iba por esta vez)” es en
ocasiones motivo suficiente para que las personas se sientan triunfadoras
aunque sea por un momento, dejando así de pensar en sus frustraciones,
carencias, problemas o fracasos personales.

Quizá algunos de quienes lleguen
a leer estas reflexiones dirán: “El que escribió esto es un amargado, o no
tiene vida”. Les respondo que prefiero observar y divertirme que
involucrarme, es algo así como cuando asisto a la lucha libre: ahí me vale
quién gane puesto que voy a desestresarme escuchando las ocurrencias del
respetable – y realizando una que otra aportación a la vacilada – así como a
reír a costa de aquellas personas que sí toman partido por rudos o técnicos y
realmente se enojan cuando el resultado le es adverso, le recuerdan su progenitora al referee y duran toda la semana con el coraje. La pasión e involucramiento de mi parte se
da solamente cuando juegan mis
equipos. ¿Cuáles son mis equipos?
Aquellos con los que tengo algo que ver: los equipos en los que llegué a jugar
o bien, los equipos representativos de las instituciones en las que estudié. Y
claro está: los equipos de mi tierra que compiten en las ligas nacionales:
Santos Laguna y Vaqueros Laguna. Confieso que en el beisbol de las Grandes
Ligas tengo cierta predilección por los Atléticos de Oakland por una situación
curiosa: al verlos jugar me llamaba la atención el uniforme; ver jugar a unos
cuates con los colores de mi añorado Laguna, aunque fuera en otro deporte, me
traía algo de nostalgia. Aunque he de confesar que, ganen o pierdan, nunca han
provocado en mí pasiones que vayan más allá de tener una cachucha de dicha
novena. También considero válido el apoyar a los equipos que nos representan
como país en competiciones internacionales: involucrarnos con la Selección
Mexicana en el Mundial, Copa América, Juegos Olímpicos. Muchos de nosotros
gozamos cuando los púgiles mexicanos han dado cuenta de rivales odiados, como
cuando Sal Sánchez convirtió la cara del boricua Wilfredo Gómez en un plato de
moronga, o cuando JC Chávez enviaba a la lona a cuanto rival se le ponía
enfrente – y lloramos cuando Tommy Hearns de un gancho a la mandíbula de Pipino
Cuevas dejó a México con un campeón mundial menos. De la misma manera se suele
tener cierta predilección por algún equipo que llegue a identificarse con los
valores que cada uno de nosotros tiene. Podemos decantarnos por el menottismo o
el bilardismo, el lavolpismo o el lapuentismo, o bien seguir el paso de un
equipo o deportista porque nos agrada la manera en la que juega: de esa manera
hace años deseábamos el triunfo del Real Madrid de los años ochentas, para que le fuera
bien a Hugo Sánchez; más tarde observábamos los partidos del
Osasuna de Aguirre, y en este momento al Manchester United para seguirle la
huella al “Chicharito”. También hemos gozado de observar a equipos de época
como el Milan de finales de los ochentas, el Barcelona de Ronaldinho y ahora de
los canteranos de la Masía. Dentro del futbol mexicano, muchos quedamos
enamorados de la manera en la que jugaba aquel Toros Neza de 1996. Haber seguido a cierto equipo o jugador por cierta circunstancia no necesariamente equivale a ser fanático de los clubes antes mencionados.
Observar cualquier deporte sin
apasionamientos, así como admirar a competidores o deportistas virtuosos nos
hace mejores aficionados; el hablar bien de algún jugador o equipo, aunque no
sea nuestro equipo, de ninguna manera
nos convierte en fanático de ellos – en el mundo taurino se dice que un buen
aficionado es a quien más toreros le caben en la cabeza –. Por el contrario, declararse
fanático de cuanto equipo aparezca en la televisión sólo por la momentánea necesidad de tomar partido, equivale
a enamorarse de cuanta mujer se nos cruza en el camino (en el caso de los
hombres).
Para considerarse un buen aficionado se debe tener cuidado, porque entre ser
seguidor a sentirse fanático – que en realidad sería ser “esnob”; hay mucha diferencia, y la línea que los
separa es muy delgada.
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