Un pequeño agradecimiento
El sábado 3 de diciembre de 2011 amanecí en la Clínica de Especialidades No. 71 del Instituto Mexicano del Seguro Social de la ciudad de Torreón. No estaba yo enfermo, afortunadamente. ¿Qué estaba haciendo yo ahí? Cuidando a mi padre, quien afortunadamente ya se encontraba convaleciente de aquella operación a la que tuvo que someterse. Dos meses antes su vehículo fue chocado, lo que le provocó un hematoma cerebral que le había afectado la movilidad de sus extremidades. Lo peor ya había pasado: el susto, el diagnóstico y el tener que someterse a una cirugía en la que debían abrirle la sesera para retirar el coágulo que se le había formado y le comprimía el cerebro. Tres días antes por la tarde el tiempo pareció transcurrir de forma demasiado lenta. Todo regresó a la normalidad cuando apareció el excelente neurocirujano, el Dr. Javier Contreras Rayas, a comunicarle a mi madre que la operación había sido un éxito, a la vez que la instruía acerca de los cuidados que debíamos tener con mi padre en los cinco días siguientes, durante su convalecencia en el nosocomio. Tan bien salió mi padre de la operación, que mi hermano, a quien tocó el turno de pernoctar haciéndose cargo de sus cuidados, me llamó emocionado para decirme: “me llamó antes de que me trasladara al hospital y me pidió que ingresara la minitelevisión para poder ver el partido de la noche”.
En efecto. Por la noche, posterior a la cirugía, Santos Laguna disputaría en la ciudad de Morelia el partido de ida de la semifinal del torneo Apertura 2011. Y, volviendo a lo que contaba al inicio de este relato, aquel sábado se disputaría en el Territorio Santos Modelo el partido de vuelta de aquella instancia. La noche había transcurrido tranquilamente. Clareaba el cielo y, mientras veía a mi padre dormir plácidamente, esperaba a que mi madre me relevara y se quedara al cuidado de mi progenitor, quien, si bien había salido de la operación, no se encontraba del todo optimista acerca de su recuperación. Mi preocupación entonces ya no era acerca de su recuperación física –la intervención había sido un éxito–, sino en el renglón anímico. Decidí entretenerme con mi teléfono móvil. Cuando me disponía a atender notificaciones que aparecieron en la cuenta de Twitter, me llamó la atención la publicación de Luis García, quien ahí se quejaba de retraso en el trayecto rumbo al aeropuerto, cabiendo la posibilidad de no llegar a tiempo a abordar el avión que lo transportaría a la Comarca para la transmisión del encuentro de aquel día. También observé la respuesta de mi amigo Jesús Gómez Flores, quien le respondió a Luis: “Aquí te espero para saludarte, Doctor”.
Luis García Postigo como jugador debutó en el máximo circuito de nuestro futbol poco antes de la irrupción de Santos Laguna en estas instancias. Como rival, si bien no fue de aquellos que solían vacunar al cuadro lagunero en cada oportunidad que se le presentaba, era un ariete de cuidado con quien los zagueros laguneros debían tener especial cuidado. Con la UNAM, el club con el que debutó, le anotó en dos ocasiones al cuadro albiverde. Más tarde, al regresar de su incursión en el balompié español, perforó las redes verdiblancas en dos ocasiones jugando para América, otro par con la camiseta azulgrana de Atlante, y en una ocasión jugando para Guadalajara y Morelia. En especial recuerdo una anotación en la que, tras anidar la esférica, le cantó la diana a Lupe Rubio para acto seguido ser enviado a las regaderas por el silbante. Ya retirado, irrumpió en las redes sociales resultándome simpático lo publicado por él, así que suelo seguirlo. Además, he disfrutado las narraciones que realiza para TV Azteca en mancuerna con Christian Martinoli. La manera en la que hilan conceptos futbolísticos con cuestiones culturales y temas que se encuentran en boga al momento no es posible para cualquiera. Escuchar una narración de Televisa teniendo también como opción la de García y Martinoli equivale a elegir comer mortadela en descomposición, teniendo la opción, por el mismo precio, de degustar unas buenas lajas de jamón serrano.
Fue así que me animé a enviar mensaje de texto a Chuy Gómez, preguntándole primero si, en efecto, vería a Luis antes del partido a celebrarse aquella tarde; una vez recibida su confirmación, le pedí el favor de tramitar ante Luis el enviar saludos a mi padre durante la transmisión del partido, no sin antes explicarle la situación por la que estaba pasando.
Antes de retirarme del hospital, verifiqué que la minitelevisión se encontraba ahí, y le recordé a mi madre encenderla a la hora del partido, a fin de que mi padre pudiera ver el encuentro.
Por la tarde en el estadio, mi estado de ánimo como aficionado pasaba de la alegría de que Santos Laguna había anotado en tres ocasiones, remontando el dos a uno en contra con el que regresó de la capital michoacana, a la preocupación por las dos anotaciones conseguidas por el rival para empatar el marcador global. En una pausa me asomé a la pantalla de mi móvil en la que apareció el nombre de Chuy Gómez; abrí el mensaje en el que me decía: “Enrique: ya el Doctor mencionó al aire lo que me pediste: le envió un saludo a tu padre y le deseó una pronta recuperación”. Respondí con un mensaje de agradecimiento mientras, nervioso, observaba las acciones del encuentro, que se encontraba en los minutos finales.
Una vez finalizado el encuentro, con la satisfacción de que nuestros Guerreros se encontraban en la final por segunda ocasión consecutiva, llamé a mi madre para preguntarle si mi papá había escuchado los saludos que le envió Luis en la narración. Posiblemente, pensé, al estar en el hospital, tuvo que silenciar el audio. Mi madre me confirmó que mi padre escuchó la mención que le fue dedicada por el Doctor García. De hecho, siguió ella contándome, había recibido llamadas de dos amigos, quienes bromearon acerca de aquel saludo. Uno le espetó: “qué popular eres, cabrón. ¿Te vas a lanzar para diputado o qué?”. Otro le dijo: “¿Eres novio de Luis García, o por qué te tiene tanto cariño?”. Terminando la llamada, redacté un tweet dirigido a Luis agradeciendo aquel saludo que nos hizo el favor de pasar al aire, así como las palabras de aliento.
Han pasado más de siete años desde aquel día. De aquel día a la fecha mi padre nuevamente caminó, pudo volver a conducir su vehículo; tiene cuatro nietos más y ha sido muy bendecido por la vida. Parte de lo anterior, logrado en base a inyecciones de ánimo de sus amigos, entre las que destaca aquel saludo de Luis García, motivador de charlas posteriores con sus amigos que produjeron innumerables risas, que tan buenas para curar el alma son.
Quizá nunca lo dimensionaste. Para tí, Luis García –redactando al estilo de tus columnas para el diario Récord–, aquella mención fue, quizá, de rutina; algo así como cuando rematabas de volea cuanto balón te llegaba cuando pisabas el área del conjunto enemigo, para zumbarle con dirección al arco. Pero, para la salud de mi padre, fue un hecho que le facilitó su recuperación.
Al terminar el contrato de transmisiones televisivas entre Santos Laguna y TV Azteca, este próximo domingo cinco de mayo será la última transmisión de partidos de liga de esta televisora desde el estadio Corona. En este momento desconozco si Luis estará presente en dicho partido. A propósito de este hecho, fue que decidí redactar esta aburrida e insulsa narración como un sencillo agradecimiento al buen Luis García Postigo, y también, merecidamente, a Chuy Gómez. Nobleza obliga.
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